Crítica de 'Ant-man y la avispa: Quantumanía': el tamaño importa

Si las dos primeras entregas de la trilogía ‘Ant-Man’ fueron un extraño ejemplo de modestia, discreción y pequeñez deliberada dentro del mastodóntico ámbito del cine de superhéroes, la tercera renuncia por completo a esa singularidad para, al contrario, erigirse en uno de los ejemplos más toscos de la fórmula explotada de forma extenuante por el Universo Cinematográfico de Marvel (MCU). De hecho, es una película más interesada en funcionar como engranaje dentro de esa interminable saga que en proporcionar entretenimiento. 

Transcurre casi por completo dentro del Reino Cuántico, un mundo visualmente tedioso y lleno de inertes decorados digitales aparentemente inspirados en los salvapantallas de hace 30 años. Allí, el hombre hormiga y sus aliados deben enfrentarse con un tirano omnipresente proclive a declamar parrafadas genéricas al tiempo que se postula para sustituir a Thanos en la posición de villano oficial del MCU. Lo cierto, no obstante, es que tanto el héroe titular como el resto de personajes se ven anulados por la imaginería generada por ordenador que los envuelve, las rutinarias declaraciones de amor y unidad que se ven obligados a pronunciar y unas secuencias de acción que sustituyen los continuos cambios de tamaño del protagonista y las peleas cuerpo a cuerpo -anteriormente señas de identidad de ‘Ant Man’- por el tipo de espectáculo tan aparatoso como incomprensible que tanto ha dañado la reputación del género.

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