Nuevo libro

Amélie Nothomb: “En mi familia puedes sufrir, pero no hablar de ello”

La escritora reconstruye la vida de su padre, a quien no pudo enterrar por culpa del confinamiento, en ‘Primera sangre’

Leticia Blanco

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El 17 de marzo de 2020, el primer día del confinamiento en Francia, el padre de la escritora Amélie Nothomb falleció. Ella estaba en París, él en Bélgica. Nothomb no pudo despedirse ni acudir al entierro. “Nunca pensé que mi padre fuera a morir, pero sucedió. Es una tragedia común”, explica. “Y entonces empezó un fenómeno curioso: mi padre me empezó a hablar, en mi cabeza, todo el tiempo, en un diálogo como nunca habíamos tenido en vida. Durante seis meses”. 

Fruto de esa voz que parloteaba sin cesar y de cierta imposibilidad de hacer un duelo normal surgió ‘Primera sangre’ (Anagrama), su última novela, que acaba de llegar a las librerías con esa puntualidad (no pasa un año sin libro nuevo de Nothomb) que la escritora belga ha mantenido desde su debut en España hace ya 23 años con ‘Estupor y temblores’. ‘Primera sangre’, su novela número 30 y Premio Renaudot en Francia, cuenta en 140 páginas la asombrosa existencia de su padre, Patrick Nothomb: un niño de la aristocracia belga con una infancia durísima nivel Charles Dickens que, pese a todas las dificultades, se abrió paso en la vida con una alegría, humor y vitalidad envidiables. 

La primera escena de ‘Primera sangre’ reconstruye uno de los momentos más dramáticos de Nothomb padre: con 28 años, destinado en el Congo como cónsul, frente a un pelotón de fusilamiento y a punto de ser acribillado. La anécdota es real y tuvo lugar en Stanleyville (hoy Kisangani) en 1964, en el que está considerado como el mayor secuestro del siglo XX: 2.000 rehenes tomados por los rebeldes de los que Nothomb era el esforzado portavoz. “Cada día por la mañana les decían que les iban a matar y cada día mi padre se sentaba a hablar con ellos hasta que caían cansados por la noche. Estuvo así cuatro meses, pero podrían haber sido cuatro años o toda la vida”, explica Nothomb, que nunca había pensado en el hecho de que fue la elocuencia de su padre y el uso de la palabra lo que le salvó y que probablemente ello tenga al que ver con el hecho de que ella se convirtiera en escritora.

“Un día, el jefe de ellos rebeldes se cansó y decidió matar a mi padre. El pelotón le apuntó con las Kaláshnikov y en el último segundo, el muy sádico ordenó parar la ejecución. Mi padre vio pasar su vida por delante de sus ojos. Luego el jefe le preguntó si tenía hijos, a lo que él contestó que dos. ‘¿Y quiere tener un tercero?’, le preguntó. Mi padre, con toda su sangre fría, contestó: ‘Eso dependerá de usted’. Yo soy el fruto de esa frase”, explica Nothomb, que es la más pequeña de tres hermanos. “Yo soy ese tercer hijo que mi padre decidió tener en ese momento y he cargado toda la vida con el haber nacido tan cerca de la muerte. Nací porque ese hombre, mi padre, salvó su vida y la de otros 2.000 hombres con el poder de la palabra. He necesitado escribir este libro para darme cuenta”.

Pese al dramatismo de ese episodio, ‘Primera sangre’ tiene esa mezcla de ligereza, ironía y adictiva crueldad que destilan los libros de Nothomb. El retrato que hace de su familia no es especialmente benevolente, algo que ha levantado más de una ampolla entre sus hermanos, tíos y primos, confiesa. Y es que pese a que la rama paterna de los Nothomb pertenecía a la aristocracia belga y vivía en un castillo en mitad del bosque de las Árdenas, los niños se criaban como salvajes: hambrientos, en harapos y sin modales, como bestias. “No he exagerado. En los años 40 y 50, lejos de Bruselas, para la aristocracia el hecho de alimentar a los hijos no estaba considerado como algo indispensable. Era una especie de darwinismo familiar. Si sobrevivías hasta los 16, te ganabas el derecho a comer. De los 13 hijos que tuvo mi abuelo paterno, dos murieron de hambre. La Bélgica aristocrática se parecía mucho a una novela de Dickens”. 

La escritora belga Amélie Nothomb. 

La escritora belga Amélie Nothomb.  / Manu Mitru

Los Nothomb, huelga decirlo, no se han tomado demasiado bien el libro, especialmente el retrato del patriarca, el bisabuelo, un tirano mujeriego que intentaba expiar sus pecados escribiendo “terribles poemas católicos” al que Nothomb padre idolatraba y alrededor del cual existía un extraño culto familiar. “Mi familia es complicada, para ellos soy un problema”, resume Nothomb. “Soy mujer, no estoy casada, no tengo hijos, tengo éxito y encima se me ocurrió escribir un libro sobre Jesús”, apunta. “Pero mis padres siempre estuvieron muy orgullosos de mi”. 

Para la autora de ‘El sabotaje amoroso’, el hecho de que su padre se convirtiera en un hombre “completo” y entusiasta pese a haber crecido con dos grandes vacíos, el del padre militar muerto cuando él era un bebé y el de una madre ausente que ejerció de viuda durante el resto de su vida, es “un milagro” que tiene mucho de estoico, una manera de enfrentarse a la adversidad que la escritora echa de menos. “Hoy es lo contrario. Leo mucha literatura francesa actual y ahora el sufrimiento es lo que se valora, está muy expuesto. No digo que sea falso, pero es un gran cambio”, apunta. “Mi padre me habría prohibido representarle como una víctima. En mi familia puedes sufrir, pero no hablar de ello, y ese es un tabú que he respetado”. 

“Escribir la historia de mi padre me ha hecho conocerle. La muerte no nos aleja de los que conocemos, al contrario, nos permite acceder a su intimidad verdaderamente. La muerte nos revela la existencia de los demás”, reflexiona. “Todos deberíamos hacer ese ejercicio, el de escribir en primera persona la historia de nuestros padres y ver hasta qué punto somos nuestros padres. Mi vida no es la de mi padre, pero él está en mi”, concluye.