Crónica
Michael Bublé, hombres como los de antes en el Palau Sant Jordi
En un show contagioso y de corte clásico, el cantante canadiense hizo del recinto olímpico una sala de fiestas
Rugen los trombones. Suena 'Feeling good'. Así empieza desde hace años todos sus conciertos. ¿Y para qué cambiar? Un arranque así es un arranque ganador. Michael Bublé cruza el escenario en forma de escalera como si partiera los mares, a un lado la big band -ellos-, al otro la sección de cuerdas -ellas-, y busca sus objetivos. Escanea las primeras filas de la zona más VIP y elige a dos fans. Una espectadora que pone cara de cierta indiferencia y otra que enseña un cartel donde ha escrito que hace 12 años que espera este momento. Y pam. A por ellas. La cámara, proyectada en pantallas discretas pero funcionales que enmarcan el escenario, nos muestra la escena en plano corto. "Voy a ir a por ti toda la noche", le dice a la primera, a la que se le resiste. Y a la otra: "¿12 años? ¿Me has esperado 12 años?". Salto al foso y venga abrazos y besos. Y Bublé ya está en la zona. En su zona. Un poco canalla, un poco yerno perfecto. Sonrisa de no-he-roto-un-plato-pero-nena-si-quieres-rompemos-alguno-juntos. Bublé ha roto el hielo y el Palau Sant Jordi, aunque queden asientos libres y no tenga la magia del Sands de Las Vegas, ya es la sala de fiestas que tenía en mente.
Medio en inglés, medio en "spanglish" -su mujer es argentina-, el cantante canadiense anuncia un espectáculo sexy. Esto, dice, no es un especial de canciones de navidad. Es una noche para que luego vayáis a casa y ya tal. Más sonrisa de "tú ya me entiendes". Luego, la música siempre es más formal, más seria de lo que promete. Más de amor del de toda la vida. Michael Bublé canta clásicos a prueba de bomba y canciones propias de un romanticismo hipertrofiado. Sin ironía. En el videoclip de 'I’ll never not love you', una balada de su último disco, 'Higher', Bublé y su mujer recrean escenas románticas de películas icónicas. Hay que verlo para creerlo. El beso de 'Casablanca', el adiós trágico de 'Titanic', la declaración de amor escrita en carteles de 'Love Actually'. La idea haría estremecer a la generación del "cringe", la que vive con una mezcla de pavor y placer las cosas que producen vergüenza ajena. Pero no al público de Michael Bublé. O por lo menos, no esta noche. El miércoles, en el Sant Jordi, suenan las declaraciones de amor más hiperbólicas posibles y nadie pestañea. "Nunca dejaré de quererte", "eres la primera, la única, lo eres todo", "siempre estuviste en mi corazón", etcétera.
Las canciones de 'Higher' tardan en sonar. En realidad no las necesita. Podría hacer ese mismo concierto sin disco nuevo y funcionaría igual de bien. Pero entre sus cartas ganadoras de siempre, 'Sway', 'Fever', los Bee Gees, un efervescente popurrí de éxitos de Elvis Presley y sus propios clásicos, aparece la potente “Higher” y no desmerece para nada. “Smile”, que Charles Chaplin escribió para 'Tiempos modernos', la sirve en formato íntimo junto a su pianista y le sale muy redonda. Se regala, por primera y única vez en toda la noche, en una nota larga y sostenida. Porque a todo esto, Michael Bublé canta. Domina el tempo, la pausa. Tiene swing, tiene voz. Como los cantantes de antes. Como las cosas que se supone que son para toda la vida. Como Michael Bublé. ¿Para qué cambiar?
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