Crítica de música
Amaia, de niña a (casi) mujer en Razzmatazz
La cantante navarra encendió la sala con el repertorio de su segundo disco, ‘Cuando no sé quién soy’, las repescas del primero, un inflamado ‘Así bailaba’ y la complicidad de Alizzz en ‘El encuentro’
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto
Amaia se las ha apañado para superar el estigma ‘OT’ con cierto estilo y determinación, y aunque no llene el Palau Sant Jordi como una Aitana, fortalece adhesiones con su cancionero en desarrollo, que, en su segundo disco, ‘Cuando no sé quién soy’, gana definición (y actualidad) respecto a su debut de 2019. Chica del piano dado a la ‘torch song’, jotera accidental y desenvuelta atracción pop de la mano de Alizzz, ofreció un poco de todo este sábado, entre estruendosos vítores de los suyos, en un Razzmatazz a rebosar (sesión con réplica el próximo 29, ambas a cargo del Festival Mil·lenni).
En ‘Bienvenidos al show’, proa del álbum y del concierto, deslizó sus pensamientos en voz alta con esa inocencia vocal tan suya: “Ya no soy pequeña / Tampoco soy mayor / Quiero ser lo que se espera de mí / y seguir siendo yo a la vez”, entonó sentada al piano, alimentando a ese personaje que crece en público y comparte sus zozobras. Amaia, todavía con tics un poco infantiles y su conocida informalidad discursiva (“guau, qué pasada, ¿eh?”, saludó, risueña), pero encontrando paso a paso su voz artística. Se valió de una banda pulcra y con personalidad, casi la misma de la gira de 2019-21, con la novedad de la guitarrista bilbaína Amaia Miranda (compositora con sustanciosa carrera propia), que ocupa la plaza de Núria Graham.
Asalto a David Bisbal
Amaia articuló el concierto como una sinuosa cadena de picos y valles, con el pop resolutivo de ‘Dilo sin hablar’ y ‘La vida imposible’ para rematar la apertura, seguido de un bloque recogido que, partiendo de ‘El relámpago’, abrió espacios de voz y piano a solas en la versión desnuda de ‘La canción que no quiero cantarte’ (con una temeraria cita a David Bisbal y su ‘Ave María’) y el ‘cover’ de ‘Fiebre’, de Bad Gyal, aporreando con furia el teclado. Y de ahí al bonito jardín de ‘Yamaguchi’, jota con causa. Las versiones podrían tener su función de relleno, pero Amaia sabe llevarlas a su campo, como ese ‘Santos que te pinté’, de Los Planetas, con teclados flotantes y arabescos orquestales.
¿Y cuál es ese campo? Cierta esbeltez melódica, muy pop, en creciente fricción con textos que aúnan el sentimiento y cierta mala uva cósmica, como en ‘La persona’ (“¿Sabe tu padre que crio a un pobre espíritu? / ¿Sabe tu madre que llorarás todos los días de tu vida?”) o en esa “cruz y raya” con la que castiga a su ‘partenaire’ en ‘Yo invito’. Amaia naíf, pero venenosa cuando corresponde. Desatada, por fin, cuando en los bises jugó con el perreo en ‘Así bailaba’ (su dueto discográfico con Rigoberta Bandini), acogió a Alizzz en ‘El encuentro’ y volvió, ahora con más ‘bpms’, a ‘La canción que no quiero cantarte’. Sí, a veces resulta que hay vida después de ‘OT’.
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