Crítica de libros

'El agua del lago nunca es dulce', de Giulia Caminito: cuando el final feliz es un engaño

La autora italiana aborda una novela de iniciación sobre las distintas violencias que subyacen en la sociedad golpeando a los más débiles

Giulia Caminito

Giulia Caminito / L' Altra

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

“Tu vida es la mía”, le grita Antonia a su hija, que, tras un silencio sepulcral, le grita: “Mi vida no es la tuya”. Eso es lo que desearía, pero, en el fondo, sabe que no es así. La joven protagonista de 'El agua del lago nunca es dulce' sabe que su vida está estrechamente ligada a su madre, a su familia, a ese mundo de precariedad y supervivencia del que, por mucho que lo intente, no podrá salir del todo. Porque no todos nacen desde el mismo punto de salida, ese punto que terminará por condicionarlo todo, reduciendo las opciones y desdibujando muchas de las posibles expectativas. En la novela de la escritora italiana Giulia Caminito (Roma, 1988) no hay redención. Tampoco hay sueños cumplidos. Los esfuerzos no son necesariamente recompensados y las posibilidades de futuro, apenas nulas. Porque, aunque se quiera, no se puede; aunque se intente, no se llega; escapar del propio contexto socioeconómico raras veces es posible. Es así. La mayor parte de las personas fallecen perteneciendo a la misma clase social en la que nació.

Esto es lo que nos cuenta, con discurso directo y sin florituras, Caminito a través de la voz de Gaia, a través de una novela que adquiere las formas de la novela de iniciación, si bien traspasa el género. Este es tan solo el envoltorio que esconde una novela sobre la violencia, sobre las distintas violencias que permean la sociedad, golpeando casi siempre a los mismos. Es también una novela sobre la diferente y desigual percepción que se tiene sobre la manera en las que naturalizamos algunas violencias y condenamos otras. Y, asimismo, es una novela sobre la desilusión y el cinismo de las generaciones más jóvenes, que han terminado por asumir lo inevitable. Ya no tiene sentido luchar contra ello, como en su día hizo Antonia, la madre de Gaia. Si bien Mariano, el hermano mayor de la protagonista, se aferra momentáneamente a la posibilidad de cambiar las cosas -en contra de la voluntad de su madre irá a la manifestación de Génova de 2001-, ni tan siquiera Antonia cree más en la movilización: “¿Y de qué nos ha servido?”, le grita a su marido, “míranos, tú sin piernas y yo barriendo casas ajenas, limpiándoles el culo”. Lo que tienen que hacer es estudiar, no les hace falta nada más. Esa política se ha acabado”. Lo que no se ha terminado, sin embargo, para Antonia es la lucha incesante para mantener a su familia en pie. Se enfrenta una vez más a la burocracia, lenta, sobre todo para quienes no vienen apadrinados, para conseguir una casa de protección oficial. Del barrio de la periferia a Corso Trieste, zona acomodada donde los vecinos no quieren una familia como Antonia. De Corso Trieste a Anguillara, cerca del lago Bracciano, zona a pocos quilómetros de Roma donde conviven distintas clases sociales: están las mujeres como Antonia, las que limpian los pisos de los demás, y están las familias de algunos compañeros de clase de Gaia, que viven en chalets limpiados por mujeres como su madre.

Del cinismo a la rabia

Mientras Antonia, si bien descreída, sigue enfrentándose día tras días a la institución y al mundo para salir adelante, Gaia cumple con su papel: estudia y saca buenas notas. Decide postular por un Liceo de prestigio, de alumnado acomodado en el que se estudian “lenguas muertas”. Sus notas siempre destacan. Decide estudiar filosofía, pero ella misma sabe que esa licenciatura no es para alguien como ella, porque, como le recuerda su madre, ella debe estudiar para encontrar trabajo. “¿Y qué vas a hacer con este título entonces?”, le interroga su madre. “Nada”, contesta ella, pero no es la respuesta que Antonia quiere escuchar. “¿Nada? No existe la nada, con cada cosa se hace otra, ahora te buscas la manera, vas adonde haya que ir, te quedas allí hasta que lo soluciones”. Pero Gaia no es como su madre: “Yo no voy a ninguna parte, los odio a todos, respondo (…) no hay nada que hacer, nos rendimos, es la derrota, se han burlado de nosotros”. Su cinismo se transforma en rabia, en rabia violenta. Su profesora se llega a asustar al leer su redacción en la que habla de asfixiar los peces hasta que les salgan los ojos. Su violencia asusta, porque va en aumento: del raquetazo a su novio por serle infiel a su intento de asfixiar a la joven con la que este la traicionó.

No hay rescate posible, pues, como dice el título, el agua del lago nunca fue dulce. Todo lo contrario. Tampoco la amistad o el amor salva. Y, cuando iba a salvar, la amiga Iris ya no está, tal vez, fueron “los gases de efecto invernadero, tal vez los pesticidas, tal vez el plástico quemado, tal vez la radiación de las antenas, tal vez Radio Vaticano, tal vez el arsénico en el agua”. Las víctimas son siempre las mismas. La violencia, muchas veces desapercibida, ejercida siempre sobre los mismos. “Nos engañaron” concluye Gaia. Giulia Caminito, por el contrario, no nos engaña con esta novela en la que no busca el consuelo, sino retratar la realidad de muchos. Porque hay muchas Gaias, aunque prefiramos no mirarlas, tacharlas de violentas y pensar que, en realidad, las cosas pueden ser distintas. 

Suscríbete para seguir leyendo