Quemar después de leer | Artículo de Laura Fernández

Catherine Lacey, la fabulosa y desconocida Joan Didion de Tupelo

Su familia regenta aún la ferretería en la que la madre de Elvis le compró su primera guitarra mientras ella, el cruce perfecto entre la autora de 'El año del pensamiento mágico', Rachel Cusk, Lydia Davis y Otessa Moshfegh, sigue abriendo puertas aún por abrir en lo literario existencial. Su 'Altar' es uno de los libros del año

Catherine Lacey y Elvis Presley

Catherine Lacey y Elvis Presley / Sara Martínez

Laura Fernández

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En la historia de la literatura existen infinidad de ejemplos de personajes masculinos que, un buen día, deciden irse de casa. Se dicen que ya han tenido suficiente y se alejan de aquello que han sido hasta entonces para convertirse en quién sabe qué otra cosa. Ocurre a menudo que esa otra cosa nunca llega, y todos ellos, se quedan a la espera de que lo haga, en una especie de limbo en el que tratan de entender qué no les gustaba de su vida pasada, y acaban cayendo en la cuenta de que tal vez lo que no les gustaba siga ahí con ellos. Que ellos mismos son esa cosa y que nunca van a poder deshacerse de ella. Todos están aburrida y felizmente casados y no hay un solo problema a la vista. El mejor y más nostálgico ejemplo de este tipo de personaje es el agente de seguros George Bowling, protagonista de 'Subir a por aire', de George Orwell.

Para desaparecer, o ser otro, Bowling ni siquiera se aleja de su casa. Le basta con alquilar un apartamento a un par de calles y dedicarse a recordar quién era antes de que la aniquilante vida suburbana se lo comiera. ¿Pero no se comió a sí mismo sin más? Otro ejemplo ilustre, Reginald Perrin, el divertidísimo personaje de David Nobbs, protagonista de 'Caída y auge de Reginald Perrin'. Perrin decide matarse simuladamente —es decir, fingir torpemente un suicidio sin cadáver— para empezar una nueva vida que nada tiene de nueva, a menos que un montón de malentendidos y dolores de cabeza cuenten. No, Perrin no llega a echar de menos sus días como ejecutivo infeliz en Postres Lucisol, pero a punto está de hacerlo. En uno y otro caso lo que hacen, sobre todo, es llenarse de sí mismos.

¿Y no huyen precisamente para poder hacerlo? Elyria, la protagonista de 'Nunca falta nadie' (Alfaguara), de Catherine Lacey, uno de los contadísimos ejemplos de eso mismo en clave femenina, vive en Nueva York, y tiene un marido aparentemente perfecto, y no puede decirse que el trabajo la esté devorando —escribe guiones, se aburre con todo—, pero un día decide comprar un billete de ida a Nueva Zelanda y desaparecer. Allí, sube a coches de desconocidos, duerme en cobertizos abandonados, y se pregunta si está en alguna parte. En realidad, pregunta si lo ha estado en algún momento. ¿No deberíamos detenernos a pensar lo que hacemos antes de hacerlo? Lleva consigo el fantasma —la pena, el duelo por la muerte— de su hermana Ruby, y no sabe qué hacer con él.

Lacey, autora tan fascinante como desconocida en nuestro país —podría decirse que es una Otessa Moshfegh que hubiese leído más de la cuenta a Joan Didion, y también, por qué no, a Rachel Cusk—, hizo ese mismo viaje en algún momento de su pasado, quién sabe si huyendo de algo, o de alguien. ¿Que de qué podría huir Lacey? Lacey tenía 25 años cuando empezó en 2010 a escribir 'Nunca falta nadie' —la protagonista, por cierto, es escritora, pero la clase de escritora que aún no se tiene a sí misma por escritora, y el lugar al que se dirige es el cuarto de invitados de un poeta que, simplemente, mencionó que tenía uno en su granja de Nueva Zelanda y que de buena gana se lo prestaría a quien quisiera escribir en él—, y regentaba un 'bed & breakfast' con amigos en Brooklyn.

La primera guitarra de Elvis

¿Había nacido Lacey en Nueva York? No, Lacey había nacido en Tupelo, Mississipi. Su pasado es un pasado interesante en ese sentido. Tal vez incluso algo de lo que necesitar huir, o tomar distancia para empezar a tener claro qué es exactamente una misma. Lacey es hija de la tercera generación de propietarios de la Tupelo Hardware Co. Inc., ferretería famosísima por haber sido el lugar en el que la madre de Elvis Presley le compró su primera guitarra en 1946, cuando el futuro Rey del Rock tenía 11 años. No, hay referencias al asunto en lo que ha publicado por el momento. Y ha publicado tres novelas, una colección de cuentos y un ensayo sobre el arte del affaire en tan sólo ocho años. También ha estado casada y ha dejado de estarlo, y hasta hace poco salía con Jesse Ball.

Al inclasificable Jesse Ball, un Palahniuk post-Palahniuk, o uno definitivamente libre, autor de 'Los niños 6' y 'Cómo provocar un incendio y por qué' (editadas en España por El Sigilo), le dedica Lacey su última novela, 'Altar' (Alfaguara). 'Altar' es, en tanto que novela, un misterioso no lugar, un volver a sumergirse —siendo esta vez la profundidad mayor: el estupor de aquello que somos alcanza a un insomne pueblo al completo— en lo extraordinario de lo que permanece oculto en cada uno de nosotros, y que Lacey busca sin remedio, abriendo puertas aún por abrir en lo literario existencial. Puede que 'Altar' no figure en las listas de lo mejor del año porque su autora sigue oculta a simple vista, quién sabe por qué. Pero debería. La necesitamos. Es feroz y sigue, afortunadamente, perdida.

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