El embrujo de Ivo Pogorelich

Con un brillante ‘Segundo concierto’ de Chopin, el pianista croata inauguró en el Palau el curso de la Franz Schubert Filharmonia

Un instante de la velada con el pianista croata Ivo Pogorelich.

Un instante de la velada con el pianista croata Ivo Pogorelich. / EPC

Pablo Meléndez-Haddad

Pablo Meléndez-Haddad

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El pianista croata Ivo Pogorelich fue el invitado de honor del concierto inaugural de la nueva temporada de la Franz Schubert Filharmonia el domingo en el Palau de la Música Catalana, tras su paso por Vila-seca y Sant Cugat. El conjunto catalán propuso al reconocido artista una pieza fundamental en la historia del género para orquesta y solista, el ‘Concierto para piano Nº 2, Op. 21’ de Chopin, una obra maestra –en realidad, el primero que escribió el compositor polaco– que se transforma en manos del solista en un medio para expresar su manera de entender el Romanticismo. Y quién mejor que Pogorelich para hacerlo, ya que su trayectoria ha estado marcada por una particular visión del gran repertorio para teclado, consiguiendo esta vez una interpretación orgánica en la que brillaron los contrastes, las medias voces y la independencia de las líneas melódicas.

Ya desde el primer acorde todo sonó a nuevo en esta pieza tan popular, asumida con un fraseo tan personal y casi caprichoso, pero que siempre busca un equilibrio; Pogorelich carga las tintas, pero mantiene la línea, haciendo suya la obra al llevársela a su terreno.

El arrebato llegó en la introducción del ‘Larghetto’, el intimista segundo movimiento expuesto con la más pura sensibilidad, con una intensidad exagerada que llegó a humedecer los lagrimales de parte del público. Tomàs Grau le siguió el juego con una cuerda densa y aterciopelada, casi dramática, todo ello rematado en un final de claro acento virtuoso, con unas escalas vertiginosas, pero matizadas y esculpidas al máximo.

La Franz Schubert Filharmonia parece haber entrado en una saludable primera madurez guiada con mano firme por Grau, quien, en este curso, y sabiamente, dejará el podio de su orquesta a otras batutas las cuales, sin duda, enriquecerán el lenguaje de los músicos. Grau no solo se lució en el arduo acompañamiento, fiel y cómplice, de Pogorelich –que decidió no regalar propinas a pesar de las ovaciones–, ya que demostró que un autor como Dvorák también le es apto para su manera de entender la música, ofreciendo la ‘Sinfonía Nº 7, Op. 70’, del compositor bohemio.

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