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Crítica de 'L’espai d’un instant', de Daniel Cid: de palimpsestos y mudanzas

Daniel Cid Moragas, en la sala La Planeta de Girona, donde se dio a conocer el veredicto del premio Just M. Casero.

Daniel Cid Moragas, en la sala La Planeta de Girona, donde se dio a conocer el veredicto del premio Just M. Casero. / ANIOL RESCLOSA

Valèria Gaillard

Valèria Gaillard

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Después del ensayo 'La casa dispersa. Historias marginales del habitar' (Ediciones Asimétricas, 2020), el historiador del arte Daniel Cid Moragas continua su investigación sobre la naturaleza del habitar en su primer libro de ficción, 'L’espai d’un instant' (Empúries), ganador del 41º Premio de novela corta Just M. Casero. Si en 'La casa dispersa' observaba las habitaciones propias de autores como Kafka, Rilke o Pessoa, aquí ha girado el foco hacia el interior y se aproxima a los espacios que ha habitado a lo largo del tiempo en una novela de inspiración autobiográfica.

Edificios, ciudades, ventanas, los elementos urbanos más variopintos se mezclan con retales de vida. Del protagonista sabemos lo que nos permite la reconstrucción, como un puzle, de esos momentos-espacios dispersos que se exponen en relatos no cronológicos y ordenados alfabéticamente, pero a la inversa, es decir, empezando por la Z y acabando por la A. Desde esta perspectiva desordenada, el lector sigue al narrador por un piso noble del Eixample barcelonés, donde ya vivía su abuelo; una plaza saturada de historia de Roma, un apartamento en Manhattan que le acogió al terminar la carrera y cuya ventana da a los bosques donde antaño vivía el pueblo lenape, o bien el piso en el destartalado barrio Chino de Barcelona, cuyos locales comerciales ofrecen bonitos ejemplos de palimpsesto: el cartel de "Locutorio Punjab" se superpone al de "Gomas Lavajes Consultas Preventivas". 

Tránsitos vitales

Todos estos instantes son estrellas en una constelación de espacios dispersos que nos hablan de tránsitos vitales, instantes cuyo nexo en común es una forma de estar en el mundo, de habitar, casi contemplativa. Se podría encontrar un nexo con los Pasajes de Walter Benjamin, puesto que incluyen esta idea de ir de un lado al otro, exponiendo de manera fragmentaria una serie de "restos que quedarían excluidos si de la vida de este personaje quisiera hacer una novela".

La filiación proustiana del autor, profesor de Diseño en la Winchester School of Art, de la Universidad de Southampton, Gran Bretaña, se refleja no solo en esta mirada oblicua, sino también en la atención a los pequeños detalles que conforman lo que llamamos vida en toda su riqueza fenomenológica. El estilo sobrio de la prosa, funcional y en el relato introductorio casi lírica, encaja con el prisma de una mirada retrospectiva que, más que juzgar o lamentar, pretende captar emociones pasadas y plasmadas en el entorno habitable, hasta en los materiales constructivos. Por ejemplo, en la visita de la infancia a la casa familiar de las tías en Sarrià, descubrimos que las grandes estancias son "unos desiertos domésticos —escribe Cid— solitarios y áridos, protegidos de la lluvia, pero no del frío del embaldosado.

Novela experimental

¿Novela experimental? Sí, sin correr demasiados riesgos, marcando sin embargo una voluntad de originalidad formal cuyo norte es Georges Perec y el movimiento Oulipo que se creó hace ya... ¿Cuántos años? Aun así, la "novela" ofrece varios hilos de reflexión a partir de esta experiencia habitual de una generación que ha tenido la oportunidad de viajar y vivir en diferentes sitios del planeta, un recorrido vital que nos lleva a pensar en la transformación de las ciudades, en la gentrificación, en las relaciones familiares, en el amor y en el tiempo. 


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