Crítica de teatro
'Al final, les visions': oficio y emoción
El dramaturgo Llàtzer Garcia estrena su nueva obra en la Sala Beckett protagonizada por un Joan Carreras cautivador
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al final , les visions / Kiku Piñol
Como en cualquier otro oficio, la profesión de dramaturgo necesita la experiencia que da el tiempo. Nuestras salas acogen ya la madurez artística de una generación de escritores de teatro en catalán emergidos en el cambio de siglo, algo que jamás había pasado en cantidad y calidad equiparables. Ejemplo de ello, Llàtzer Garcia, quien acaba de estrenar 'Al final, les visions', el resultado de su residencia autoral en la Beckett. La suya nunca ha sido una trayectoria de atajos comerciales. Su escritura encierra profundidad psicológica, un gusto sin morbo por los perdedores y punzantes retratos generacionales con inspiraciones imprevisibles.
La Girona natal actúa otra vez de punto de fuga. Cerca de esa ciudad se sitúa la acción, en dos masías rurales separadas por un camino. Una joven pareja se acaba de instalar en una de ellas, y Àlex (Joan Carreras) vive desde hace tiempo en la otra. La convivencia es buena, pero una noche después de una cena en común, los recién llegados descubren al tranquilo vecino paseando semi desnudo frente a su casa, obsesiva ronda nocturna que se repetirá en las madrugadas sucesivas. Explicado así, Hitchcock podría haber planteado el argumento, porque una vibración de intriga y obsesión enfermiza atraviesa buena parte de la pieza, también porque la información se dosifica con pulso de cine clásico.
La cosa no queda aquí, porque la irrupción de Marcus (Xavi Sáez), un antiguo amigo de Àlex, servirá para explicarnos el pasado del protagonista. Juntos añadirán el dolor por la juventud perdida a la capa de misterio. Como en el 'Rock 'n' Roll' de Tom Stoppard, la música supone algo más que un recuerdo, una actitud de rebeldía frente a la vida adulta. Crece la obra poco a poco hasta que la nostalgia, la culpa y la posibilidad de redención se entrelazan para impulsar lo previsible hasta la emoción cautivadora.
El cuarteto actoral tiene mucho que ver con el resultado. La dirección del mismo Garcia ha logrado que el reparto respire al unísono. La presencia magnética de Joan Carreras llena el escenario en todo momento, consigue verdad incluso cuando su papel se adentra en el misticismo redentor. Laia Manzanares y Joan Marmaneu saltan de personaje con energía juvenil, mientras Xavi Sáez pasea dúctil por la tormenta emocional de su rol. La escenografía de Sebastià Brosa evoluciona con la historia, desde la elegante abstracción a la concreción realista, sorpresa incluida. Un montaje sobre los dramas de la madurez abordado desde la experiencia.
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