Crítica de teatro

'La pell fina': generación eufemista

Carmen Marfà y Yago Alonso vuelven a la Flyhard para demostrar su dominio de la comedia generacional, esta vez pivotando sobre la maternidad. 

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Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

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Cuando algunas salas se angustian ante la falta de púbico, la Flyhard ha encontrado la fórmula del éxito: comedias con acento local y conflictos generacionales, personajes que han crecido con su público y ahora se enfrentan a trances de la madurez como la maternidad. Carmen Marfà y Yago Alonso han escrito y dirigido para la pequeña sala de Sants 'La pell fina' después de 'Ovelles', obra a punto de llegar al Borrás convertida en 'blockbuster'. En su vuelta al formato íntimo siguen demostrando su gran pulso con la comedia clásica urbanita, precisión a la hora de diseccionar contradicciones y tics contemporáneos

Si Woody Allen fuera de Barcelona y tuviera 40 lo plantearía así: una cena entre dos parejas de amigos explota cuando a uno de los invitados se le escapa su opinión sobre el bebé de sus anfitriones. La criatura es horrible, parece objetivo, y en las tensiones entre sinceridad y urbanismo está la gasolina de la trama. Por suerte el combustible se raciona con gran contención, en ningún momento se desborda la verosimilitud que necesita una obra planteada en una única escena. Gracias a la proximidad de la sala, emerge una transparencia casi cinematográfica, como de película francesa multicapa, entre la crítica moral de Yasmina Reza y los retratos afilados de François Ozon.

Retrato generacional

La pieza va tan al tuétano del retrato generacional que puede sonar marciano a quien haya nacido en Dictadura. Pero es así, los que se criaron en la abundancia de los ochenta y noventa han madurado entre crisis hasta normalizar la precariedad con abrumadora docilidad. Los traslados forzosos al extrarradio, una teoría de autoayuda para cada dolencia, socializar en los grupos de crianza, tanta formación para poca recompensa, el ego tan frágil y el abismo del fracaso tan presente: cuando la realidad entra con humor parece que no escuece tanto.

Los dibujos de personaje son nítidos, sin abusar de arquetipos ni clichés. Destaca Biel Duran, su espontánea naturalidad sostiene la credibilidad entre constantes subidas y bajadas de tensión. Con la mirada discreta de Ángela Cervantes nos llega el asombro. Francesc Ferrer ensambla con acierto las contradicciones de un director de cine ególatra e inseguro en cuyos pliegues se esconde mucha miseria. Finalmente, Laura Pau y la montaña rusa hormonal de su papel son la tesis, la paradoja de la maternidad dentro de un sistema que falla. Por eso chirría una pizca la redención final de todos los personajes, ¿un intento de dulcificar la hipocresía? Entradas casi agotadas, pero volverá. 

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