Crítica de música

Paco Ibáñez, canto contra la ignominia en el Palau

El trovador fundió el verbo airado y la sensibilidad poética en el recital ‘Nos queda la palabra’, donde cantó en catalán, gallego y euskera, y que dedicó al “heroico pueblo ucraniano”

Paco Ibáñez, en su actuación del miércoles en el Palau de la Música

Paco Ibáñez, en su actuación del miércoles en el Palau de la Música / Álvaro Monge

Jordi Bianciotto

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No son tiempos para bromas, sino más bien propensos a la “ignominia”, días en que “la crueldad se extiende por doquier fría y robotizada”, según nos advirtió la voz en ‘off’ de José Agustín Goytisolo para ponernos en situación. Si bien los recitales de Paco Ibáñez presentan siempre un fondo de combate y denuncia, el de este miércoles en el Palau (Festival Mil·lenni) estuvo todavía más armado de razones de lo habitual, y el trovador lo quiso dedicar a un sujeto muy preciso, el “heroico pueblo ucraniano”, apelando para abrir la sesión a los versos de ‘Me queda la palabra’, de Blas de Otero.

La poesía, como recurso último para agitar conciencias, aunque sean las ya convencidas de antemano y no tanto las causantes de los desaguisados. Ahí, ante un patio de butacas afín en la ética y la estética, reapareció Paco Ibáñez con su arte y su oficio, el aura del viejo luchador, la voz firme y precisa, y el cuidado por la gramática musical. Conserva su don para meternos en una burbuja cargada de nobles deseos, tensión lírica e invectivas justicieras, combinando el rigor ejecutivo con un punto de informalidad, entre comentarios jocosos e improvisaciones: Paco Ibáñez sale a escena sin un repertorio prefigurado, dispuesto a ir decidiendo sobre la marcha, con lo cual tiene en vilo a sus colaboradores (y propicia algún que otro paso en falso).

En las lenguas cooficiales

Aunque se basta y sobra con su verbo y su guitarra, ganó en profundidad sumando las seis cuerdas de Mario Mas, fino hijo de su padre, don Javier, en un repertorio que avanzó a través de los puertos literarios seculares (Celaya, Guillén, Storni), los vestigios de la ‘chanson’, de cuando París era “la capital del mundo” (Brassens por partida doble: ‘La mala reputación’ y ‘Pobre Martín’) y las incursiones en nuestras tres lenguas cooficiales. Ahí estuvieron la ecológica ‘Que ocorre na terra?’, de Antonio García Teijeiro, el recuerdo al euskera de su infancia en ‘Heriotzaren begiak’ (el poema ‘Vendrá la muerte y tendrá tus ojos’, de Cesare Pavese, en la adaptación de Xabier Lete), y en catalán, ‘Molt lluny’, texto de Màrius Torres, que musicó Xavier Ribalta.

Interpretaciones sentidas y pulcras, subrayadas aquí y allá por cómplices pasavolantes: el acordeón de Joxan Goikoetxea, el bandoneón de César Stroscio y la parada de cuencos de agua, llaves tintineantes y maderas en las que sopla el viento del mago sónico Pep Pascual. Y el trovador, cargando contra tirios y troyanos, alertándonos de los peligros de la televisión y de la “canción basura”, que nos lleva de cabeza al “hoyo de la vulgaridad”, y capaz luego de modular con exquisitez ‘tempos’ e inflexiones en ‘Palabras para Julia’. Y de ahí a un bis con vistas a ‘Andaluces de Jaén’ y ‘A galopar’, que nos recordó que nadie es capaz de fundir como él la ira y la ternura.

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