Crítica de cine

'Contando ovejas': una inclasificable y arriesgada pesadilla

El director debutante José Corral Llorente compone una pesadilla mental ambientada en una comunidad de vecinos ruinosa y degrada repleta de ideas al límite

Natalia de Molina y Eneko Sagardoy, en un fotograma de 'Contando ovejas'

Natalia de Molina y Eneko Sagardoy, en un fotograma de 'Contando ovejas' / EPC

Beatriz Martínez

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Resulta complicado encontrar en el panorama nacional obras que generen tanta extrañeza como 'Contando ovejas'. El director José Corral Llorente toma muchos riesgos en su ópera prima, que se erige como una obra inclasificable, repleta de ideas kamikazes y con un fondo turbio e incómodo que la recorre de principio a fin. 

Procedente de la animación, el director integra su bagaje en la ficción, y lo hace convirtiendo las maquetas que aparecen en la película en seres que parecen sacados del universo de Maurice Sendak. A partir de esta idea, construye una fábula claustrofóbica en un edificio ruinoso y sórdido en el que un joven inadaptado se enfrenta a sus propios demonios. Así, nos sumergimos en una pesadilla en la que no quedan del todo claras las líneas que separan la realidad de la imaginación, la noche y el día, casi como si nos encontráramos en un estado mental suspendido en el que la fragilidad psíquica se convierte en elemento monstruoso. 

Eneko Sargardoy compone un personaje al límite, tan oscuro como la propia película, y junto a él, toda una serie de personajes degradados irán apareciendo en los rellanos de una escalera comunitaria en la que se respira frustración y soledad, en la que hay drogas y violencia. Una rara avis a medio camino entre el thriller psicológico y el reverso oscuro de 'La ciencia del sueño', de Michel Gondry.

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