El libro de la semana

Crítica de 'Raíces rubias', de Bernardine Evaristo: historia de una esclava blanca

AdN recupera una novela de 2008 de la ganadora del Booker 2019 donde la autora lleva a cabo una relectura de la esclavitud haciendo de los negros los amos y de los bancos los sometidos

La escritora Bernardine Evaristo

La escritora Bernardine Evaristo / Jennie Scott

Mauricio Bernal

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Se levanta el telón y aparece un grupo de negros azotando a un joven blanco. Puesto que estamos acostumbrados a lo contrario, blancos azotando a negros, la imagen nos resulta chocante. Más adelante se incorporan al escenario blancos encadenados y negros vestidos como sultanes africanos, y comprendemos que unos son esclavos y otros son amos; que unos someten (los negros) y otros están sometidos (los blancos). Aunque no literalmente, es lo que deparan las primeras páginas de ‘Raíces rubias’ (AdN), de Bernardine Evaristo: el encuentro con una realidad histórica transformada en su opuesto. Un mundo en el que los negros se consideran superiores a los blancos (difícilmente los consideran personas) y ejercen su dominio sobre ellos de variadas formas, entre ellas la más brutal: esclavizándolos. Como planteamiento inicial tiene el poder de abrir el apetito, así que allá vamos, a zambullirnos en este mundo donde los blankeros cruzan el mar para cazar europanos en la fría, gris, desagradable Europa. Esos blancuchos. Cómo diablos pueden vivir allí.

Evaristo, inglesa de origen nigeriano, ganadora del premio Booker en 2019 por ‘Niña, mujer, otras’, se toma la construcción de este nuevo mundo con la seriedad debida. Su artefacto depende mucho de ello, de modo que lo levanta con mimo y paciencia, administrando los detalles a lo largo de todo el libro. No da nada por sentado. El negro manda y el blanco obedece y eso hace que todo sea distinto. También escoge muy bien los escenarios donde transcurre su historia: la Europa donde los blancos viven libres pero bajo la amenaza permanente de ser cazados; el infernal barco blankero donde cientos de esclavos son transportados para ser vendidos; el Reino Unido de Gran Ambossa donde empezarán su nueva vida –los que lleguen vivos–. Hay incluso un mapa al principio, para ubicarse. Una vez perpetrado este pequeño deicidio, Evaristo pone en el centro del escenario, de ese escenario construido con primor, a la protagonista, Doris Scagglethorpe, la esclava cuya peripecia vital es el eje del libro. Doris libre, uno. Doris esclava, dos. Doris quiere recuperar su libertad, tres.

Quien esté familiarizado con las historias de la trata de esclavos reconocerá rápidamente las miserias de esa peripecia, que no es otra que la de un esclavo negro en la época del comercio de esclavos. Evaristo narra con pulso firme, pero además crea un personaje que vive la arbitrariedad de la esclavitud con el asombro de cualquiera que un día hace el tránsito brutal de la libertad al cautiverio, del mundo libre al mundo del sometimiento. Es lo que ocurre en la cabeza de Doris –Omorenomwara es su nombre de esclava– lo que sostiene el edificio literario de Evaristo. Lo que va de ser un ser humano libre a uno sometido. Luchar contra eso, adaptarse a eso, anhelar despojarse de eso. No es menor la ambición de la autora: demostrar, literariamente hablando, que la esclavitud fue una infamia construida sobre la nada. Una estupidez. Bien podrían haber sido los blancos quienes a estas alturas estuvieran pidiendo reparación.

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