Crítica de teatro

'Adeu Arturo': funeral a La Cubana

La histórica compañía capitaneada por Jordi Milán se instala en el Coliseum con una apabullante celebración de la vida enmarcada en un velatorio  

'Adiós, Arturo"

'Adiós, Arturo"

Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

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Más que a los muertos, las exequias suntuosas alimentan la vanidad de los vivos. Corre por Internet una frase similar atribuida a Eurípides, padre de la tragedia, y viene a cuento porque tienen los funerales una buena dosis de teatro, como el resto de los rituales sociales que La Cubana ha destripado con sorna en sus más de cuarenta años de historia. No suenan ahora las 'Campanades de boda' sino el toque a difuntos en los ritmos más variados, los que imprimen la letra y la música del cortejo fúnebre más disparatado visto nunca en un teatro. 

Por el velatorio de Arturo Cirera Mompou, artista multidisciplinar y acaudalado habitante del Eixample de abolengo, desfilan familiares, amigos, una musa 'striper' jubilada y la diva del son cubano con mucho 'asúcar'. También veremos a los representantes de las asociaciones y comitivas más inverosímiles en las que el público toma parte activa. Como en el mítico 'Cómeme el coco, negro', el paroxismo kitsch marca de la casa se vuelve a perfumar de una nostalgia crepuscular por el mundo de las varietés. Un espectáculo de cuerpo presente que en su último fulgor declina el 'carpe diem' mientras el loro que le sobrevive repite las mismas letanías. 

Nunca se llevó bien la histórica compañía de Jordi Milán con la cuarta pared, tampoco aquí, y no por previsibles se hacen menos impactantes sus transgresiones en el espacio y tiempo. Se masca la tensión entre no repetirse y permanecer fiel a su trepidante estilo. Así, el ritmo vertiginoso no deja respiro al espectador en las casi dos horas de cambios de personaje en el límite de lo imposible. La Cubana no está muerta y tiene parranda para rato. 

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