Crítica de teatro
'Fuego fuego': cóctel incendiario
El TNC internacionaliza su apuesta por la dramaturgia de riesgo coproduciendo la última obra de la chilena Manuela Infante
Manuel Pérez i Muñoz
Periodista.
Acabar con esa endogamia tan propia de las artes escénicas catalanas. Este es uno de los loables objetivos del nuevo TNC de Carme Portaceli que se materializa a través de coproducciones como 'Fuego fuego', montaje de reparto intercontinental que se estrenó el pasado viernes en la Sala Tallers para viajar más tarde al festival chileno Santiago a Mil. De su autora y directora, Manuela Infante, ya se pudo ver en Madrid 'Estado vegetal', y en la misma ruptura del antropocentrismo se posiciona su nueva propuesta. Pero no son ahora las plantas las protagonistas sino el fuego, elemento destructor y al mismo tiempo revolucionaria arma regeneradora.
Evoluciona la metáfora de su elemento protagonista como en un incendio descontrolado, se expande a través de una estructura rizomática y reiterativa en algunos de sus diversos motivos que saltan de la hoguera de brujas al cambio climático. Así, en algunos momentos parece que asistimos a la quema descontrolada de Santa Olga de 2017, pueblo que según nos cuentan explota sus recursos naturales (la madera de pino) hasta que no queda otra salida que el desastre. Sin apenas personajes desarrollados o argumento definido, va calando una textura de pesadilla febril en la que fulguran las contradicciones de la lógica económica y social.
Arranca la obra y vemos a sus dos protagonistas con la cara tapada por una gasa ennegrecida, escuchamos sus voces distorsionadas. Impera el desconcierto, los intérpretes parecen las marionetas humanas de una pieza de Susanne Kennedy. Más tarde, sus rostros se descubren, pero sigue imperando en el trazo de personajes el desconcierto de Samuel Beckett y la ansiedad de Sarah Kane. La cotidianidad se descompone y los escenarios se desdibujan. Escuchamos ecos del estallido social chileno de 2019, "¿cuál es la diferencia entre una revolución y una venganza?", nos preguntan entre acciones de 'performance' que desconectan todo indicio de realismo escénico.
Plasticidad
El trabajo plástico refuerza el discurso metafórico, objetos de consumo y otros elementos de pasto para las llamas, como esa inmensa montaña de restos de pino, combustible para una gran hoguera renovadora que no llega nunca. Encajan bien las interpretaciones, la naturalidad desconcertante de Núria Lloansi -habitual de las creaciones de Marta Galán- con el desasosiego enérgico de Héctor Morales. Como suele ser habitual en los lenguajes poco ortodoxos, alguna escena estirada y repetitiva ataca la paciencia, sobre todo hacia el final, pero no llega a deslucir el centelleo de un montaje que quema por su complejidad y audacia.
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