Opinión | Periféricos y consumibles

Javier García Rodríguez

Javier García Rodríguez

Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo

Bendición navideña

Iluminación navideña en Barcelona

Iluminación navideña en Barcelona / Jordi Cotrina

Benditos los que cargan con dócil diligencia sus pecados de pensamiento, palabra, obra o misión imposible. Sé que de ellos es el reino de la cálida química y los remordimientos y el insomnio. Benditos los que un día dejaron de dar cuerda a sus relojes, surfearon la nata de las horas ―por todas heridos y por la última muertos―, y lograron que el tiempo se parara entre las piedras de un descampado adolescente. Benditos los centauros del desierto y los siete magníficos y todos los que un día feliz amanecieron conmigo después de regresar de la batalla sin demasiadas bajas, con el agrio sabor en la garganta de otra victoria pírrica que solo conseguimos por mágica inconsciencia.

Benditas las que un día, cansadas de consignas y 'asesignos' en serie, de hacerse mansamente el harakiri, y de la sobada señal de la santa cruz, en medio del camino de la vida dieron su corazón por alimento a la famélica legión que yo era entonces. Benditas las mujeres que añadieron solícitas y tiernas, conmigo ya vencido en el OK Corral después de tanto inútil escarceo, una muesca a la culata impune de su Winchester del 73. Benditas sean todas ellas, las que no se abonaron a tanto 'Abanibí Aboebé', las que me defendieron, las que me practicaron los primeros auxilios, el boca a boca siempre temerario. Eran poco platónicas aquellas eruditas, sabían aplicar muy sabiamente la dosis exacta de temor y compasión, catarsis y suburbio, fábula y periferia.

Benditos los lugares en los que fui feliz sin darme cuenta apenas, los fuertes y fronteras donde puse a prueba mi valor, donde a veces alcancé la victoria y a veces perdí, y no importaba. Benditos sean los libros con sus trampas, las palabras esquivas y la música para llorar gozosamente, los colores, el cine, las frutas de verano, los parques de atracciones y el dichoso algoritmo. Benditos los domingos por la tarde, con paseo y ternura, los besos de verdad, los besos de ficción, no menos verdaderos. Benditas sean las hijas. Las de Lear, las nuestras, las que soportan que seamos tantas veces tan nosotros mismos y nos lo reprochan suavemente. Benditas sean las madres con sus silencios y su cariño intacto a pesar del desgaste. Y su fuerza infinita. Y su despedida.

A todos os bendigo. A todas os bendigo. Seguís aquí a mi vera, me acompaña en noches de tormenta vuestra risa que convierte la pesadilla en sueño, me apartáis con dulzura para que no me agencie el botón encarnado del maletín atómico que llevamos adentro como una maldición, que solo está esperando un dedo que lo apriete.

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