Discos de la semana
Crítica de '30', de Adele: clásica y dominadora
La cantante británica se crece como intérprete en un álbum apuntalado en la experiencia de su divorcio en el que va más allá de la balada canónica y se adentra en una sustanciosa nocturnidad
Los nuevos álbumes de Silk Sonic, Maria Rodés & La Estrella de David, Soleá Morente y Lluc Casares, también reseñados
Rafael Tapounet
Periodista
Jordi Bianciotto
Periodista
Roger Roca
Periodista
Tras un ciclo de tres álbumes, de ‘19’ (2008) hasta ‘25’ (2015), con los que Adele se ha consolidado como voz mayestática, tirando a conservadora, asentada en el ‘baladismo’ y con ocurrentes puntos de fuga pop, llega el disco que debe proyectar su sombra hacia el futuro. Y ‘30’ refleja un sutil movimiento de cámara: disco que desliza pequeños desafíos, no modifica su halo de artista neoclásica, si bien la muestra más desprendida y multiplicada en términos vocales, sacando partido de sustanciosas fibras de soul y r’n’b para proyectar sus sentimientos de señora divorciada y madre de un hijo de nueve años.
El título no alude a su edad actual (33), sino a la que tenía cuando procedió a separarse. Ancla así, en fin, el cancionero, de nuevo, en el diario íntimo, lo cual se advierte desde la peliculera sentencia que abre el disco: “Llevaré flores al cementerio de mi corazón”. Adele está enamorada de ciertos climas sonoros del pasado, y ese tema, ‘Strangers by nature’, desprende mágicos ecos del viejo teatro musical (es un homenaje a Judy Garland), del mismo modo que ‘All night parking’ resucita un ambiente de piano-bar envuelto en purpurina, en diálogo posmórtem con el piano de Erroll Garner (1921-77).
Un rearme interior
Se observa un juego de equilibrios: la balada canónica está bien presente, aunque ‘Easy on me’ resulta previsible y ‘To be loved’ serpentea con cierta afectación. En una línea más pop, puntúan alto las dinámicas invasivas de ‘Cry your heart out’, con resultona trama jamaicana, y ‘Oh my God’, en contraste con ese menor ‘Can I get it’ (firmado con los ‘hit makers’ Shellback y Max Martin), con ecos de ‘Faith’, de George Michael.
Pero ‘30’ se distingue por ciertas composiciones que crean atmósferas tensas e insinuantes, apegadas al tacto de la música negra de otro tiempo: la narrativa ‘My little love’, con sus cuerdas sedosas y los registros hablados de las notas de voz, y ‘Hold on’, íntima y en delicado ‘crescendo’. Temas en los que Adele expresa vulnerabilidad y rearme interior con un amplio y vivaz espectro vocal, confesándose entre claroscuros en torno a un ‘smooth soul’ cercano al que Laura Nyro practicó con Labelle en ‘Gonna take a miracle’ (1971).
En ese carril se sitúa ‘I drink wine’, balada sin artificio, apuntalada en la voz (con puntas rasposas) y el piano, a lo Carole King, en torno a su relación con la botella y con el trasfondo de la muerte de su padre. Y cerrando, la guinda del lote, ‘Love is a game’, pieza de avasalladora nocturnidad, con cuerdas sensuales y un refinado diálogo de pregunta y respuesta con el coro. Da a entender por qué Adele ha citado a Marvin Gaye como una de las influencias de este álbum, obra en la que abre caminos intrincados dentro de su clasicismo rematado; sin innovaciones, pero apuntando al fondo del alma. Jordi Bianciotto
Otros discos de la semana
El encuentro entre Bruno Mars y Anderson .Paak, dos artistas conocidos por su perfecionismo obsesivo, podía haber derivado en una estéril batalla de egos desmesurados. No es el caso. El reto de revivir (y actualizar) la sublime sofisticación soul que alcanzaron las producciones de la Motown y la Philadelphia International Records en los años 70 ha servido de estímulo para amalgamar los talentos de ambos (y de invitados de postín como Bootsy Collins y Thundercat) en un álbum arrogante, sí, pero magnífico. Rafael Tapounet
David Rodríguez y Maria Rodés repasan todas las estaciones de una relación amorosa (el primer título es ‘Hacer el amor’; el último, ‘Nos vamos a divorciar’) en una colección de bonitas canciones en clave de country-folk que, con la complicidad del productor y multiinstrumentista Sergio García, mira sin ironía a los álbumes de totémicas parejas mixtas como Lee Hazelwood y Nancy Sinatra o Porter Wagoner y Dolly Parton. Postales desde el porche trasero cantadas a dúo con el corazón en la mano entre banjos y violines. R. T.
A Soleá Morente le costó llegar a sacar lo mejor de sí misma, pero la vemos en racha: tras el dulce jolgorio de ‘Lo que te falta’ (2020), llega ahora un episodio más recogido, sin abdicar de su gracia natural. Rinde homenaje a la historia de amor que unió a sus padres, Aurora Carbonell y el malogrado Enrique Morente, casando palmas flamencas con sintetizadores dream-pop, y pellizcos psicodélicos y pos-punk con estampas de una mística cercana. Y hay una luz benéfica en todo lo que toca. J. B.
El saxofonista Lluc Casares vuelve de los Estados Unidos -en sentido literal y figurado- y en su reencuentro con sus compañeros de Barcelona luce un conocimiento impecable del jazz norteamericano. Pero lo que de verdad importa: en su música hay una alegría, una claridad, que la hace contagiosa. Tiene groove, tiene swing, arreglos sobrios, composiciones de una arquitectura sólida y limpia, sin adornos innecesarios. Tiene melodías. ¿Como los buenos discos de antes? Como los buenos discos de antes, sí. . Roger Roca
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