Crítica de teatro

'Bros', la huella única de Romeo Castellucci

El aclamado director italiano lleva al Temporada Alta un impactante e hipnótico retrato de la violencia del poder, a partir de un pelotón policial, que deja al público contra las cuerdas

BROS

BROS / Stephan Glagla

José Carlos Sorribes

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Una atmósfera espesa, oscura, tenebrosa y dos artefactos no menos inquietantes reciben al público antes de que ocupe las butacas de El Canal de Salt. Emiten un sonido tan potente que casi recuerda al de una tuneladora para las grandes construcciones subterráneas. Pero representan a esos aparatos que algunos regímenes totalitarios usan para acongojar a sus súbditos. Es el preámbulo de 'Bros', la última obra de Romeo Castellucci que ha tenido dos pases en el festival Temporada Alta. El aclamado director de Cesena, nombre capital de la escena europea, nunca decepciona, ni deja indiferente. Como hace, por supuesto, con una pieza bastante breve, pero que deja al público contra las cuerdas en menos de 90 minutos.

Desconcertante, impactante, brutal, trágica, seguro, pero también poética, de sugerente plasticidad, hipnótica e incluso cómica en algunos momentos. Así es 'Bros', una pieza prácticamente sin texto (salvo la lectura de unas banderolas negras con unos crípticos lemas escritos en latín) y muy coral. Cuando callan las máquinas, aparece un señor muy mayor con aspecto de profeta. Viste un largo sayo blanco y enarbola una vara. Se arranca con un monólogo con momentos de congoja y otros de aparente felicidad. Lo hace en una lengua ininteligible y la información sobre el espectáculo nos remite a que aborda un pasaje del Antiguo Testamento, del profeta Jeremías. No hay sobretítulos. Casi ni hacen falta porque la atmósfera por sí sola es suficiente.

Torturas y vejaciones

Castellucci nunca se lo pone fácil al espectador, que puede llegar a sentirse tan perdido como como atraído por lo que ve. Aunque no son pocas las evidencias que hay en 'Bros' con la irrupción, tras las palabras del profeta, de un grupo de policías. Parecen preparados para una batida por las calles de Nueva York, con esos uniformes que el cine y la tele nos ha hecho tan reconocibles. Son un pelotón en el que no hay individuos, sino 'bros' (hermanos) que siguen órdenes recibidas a través de un pinganillo. También obedecen a una pequeña deidad nada amistosa. Y se mueven en un espacio de inframundo que evoca a cualquier sombría comisaría. El lugar es, cómo no, escenario de torturas y otras vejaciones que Castellucci nos sirve sin cortarse. Igual no hacía falta recrearse tanto.

'Bros' hace, por lo tanto, con ese grupo de ejecutores acríticos un retrato severo de la violencia del poder y del mal que llega a anidar en el alma humana. Una foto siniestra, sin duda, pero que también convive -mediante la aparición de murales- con la belleza de la arquitectura clásica, de una esfinge egipcia, con un homenaje a Samuel Beckett o con la música de Brahms. La original de Scott Gibons y el espacio sonoro resultan deslumbrantes en una obra en la que Castellucci vuelve a dejar su huella única. Así, no faltan ni un par de perros policía vigilantes en escena ni un doloroso epílogo con un angelical niño. Luce una placa policial abrochada en su inmaculada túnica.