Ópera

El feliz debut de Telemann en el Liceu

'Orpheus', la primera ópera del autor barroco que sube al escenario liceísta, es ovacionada gracias a la dirección de Jacobs

‘Orpheus’, de Teleman en el Gran Teatre del Liceu

‘Orpheus’, de Teleman en el Gran Teatre del Liceu / David Ruano

Pablo Meléndez-Haddad

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Georg Philipp Telemann es uno de los grandes olvidados del barroco alemán. Cuatro años mayor que Bach y que Händel, su producción es ingente y la integran más de mil composiciones, desde música sacra a ópera. Genio de su tiempo, los esfuerzos por recuperar su obra nunca han prosperado. El director René Jacobs, que debutó por fin en la programación liceísta -el día de su 75º cumpleaños-, apostó por este compositor ya desde el siglo pasado dirigiendo y llevando al disco sus cantatas, pasiones y óperas. De hecho, en 1996, grabó ‘Orpheus, oder Die wunderbare Beständigkeit der Liebe’ (‘Orfeo, o la maravillosa persistencia del amor’), ‘tragédie lyrique’ estrenada en 1726, la misma que ofreció -algo podada- el sábado en el Liceu en una única audición semiescenificada.

Con este primer Telemann en el Gran Teatre arrancaba una colaboración con Jacobs en torno al mito órfico que tendrá continuación con ‘Orfeo ed Euridice’ de Gluck y ‘L’Orfeo’ de Monteverdi. Una noticia que sería más feliz si los títulos fueran escenificados, pero al parecer será más de lo mismo: una parada de una gira por diversas salas de concierto con la única excepción del coliseo lírico barcelonés (‘Orpheus’ también va a Francia y Países Bajos­). Iniciativas como esta, con una obra por descubrir, en una única audición y en concierto, no son frecuentes en teatros a no ser que se trate de recuperación de patrimonio local. Tal y como se montó funcionó de maravilla en la sintética ‘regia’ del propio Jacobs junto a Benoît de Leersnyder.

El maestro belga, salvador incansable de partituras olvidadas y renovador de la interpretación de toda una época, mostró ante la reverencial B’Rock Orchestra y el educado coro todo su olfato dramático y su pericia técnica, como también su cuestionable criterio a la hora de conformar sus repartos. Un par de buenas voces, talentos en ciernes y alguna perla negra son ya tradición; por lo mismo hay aficionados que prefieren escuchar a Jacobs en disco, pero este caso fue una excepción, ya que además del brillante trabajo orquestal y del sonido prodigioso que se consiguió el reparto funcionó por su adecuación estilística. Destacaron sobre todo la versátil, expresiva y poderosa Orasia de Kateryna Kasper, además del timbrado Orpheus de Kresimir Strazanac -aunque de coloratura poco fluida-, y el sonoro Pluto de Christian Immler. El resto cumplió con corrección, como la Eurydice de Mirella Hagen, el Eurimedes de David Fischer, el Ascalax de Benno Schachtner, la Ismene de Salomé Haller y la Cephisa de Gunta Smirnova.