Discos de la semana

Crítica de 'I don't live here anymore', de The War On Drugs: un rock clásico, pero no conservador

La banda de Adam Granduciel se crece en su quinto álbum de estudio con su épica serena y su rock a la americana con acentos de sintetizador

Los nuevos elepés de Helado Negro, John Coltrane, Albert Gil y Ed Sheeran, también reseñados

The War On Drugs

The War On Drugs / Shawn Brackbill

Rafael Tapounet
Jordi Bianciotto
Roger Roca
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Todavía es posible apelar a la épica en el rock sin caer en la parodia, y construir ahí canciones ambiciosas, pero no pedantes: como las de Adam Granduciel, el tipo que maneja los hilos en The War on Drugs, una banda que trabaja para apoderarse del oyente con sus reflexiones existenciales maridadas con músicas de gran angular, narrativa de guitarras esbeltas en roce un tanto perverso con los sintetizadores. Ahí encontró su sitio este grupo de Filadelfia, que, en su quinto álbum, ‘I don’t live here anymore’, nos habla de cambios, maduraciones y renacimientos.

Envuelve a The War on Drugs una reputación de combo adulto y serio, con un pie bien asentado en el tradicionalismo narrativo del rock de autor (dejes vocales ‘dylanianos’, emotividad ‘king size’ a lo The Waterboys o Springsteen), cortocircuitado con un gusto por el frugal arreglo electrónico. Erigido Granduciel en patrón incontestable (en sus inicios compartía liderazgo con Kurt Vile), tocó hueso con ‘Lost in the dream’ (2014), disco en cuya estela se situó el también valioso ‘Deeper understanding’ (2017). Altos precedentes ante los que Granduciel vuelve a crecerse como autor en un álbum en el que dice echar la mirada atrás tan solo para despedirse del paisaje.

Oportunidad para renacer

De eso va la canción más abrumadora del repertorio, la propia ‘I don’t live here anymore’, donde coquetea con la melancolía (“Íbamos a ver a Bob Dylan / bailábamos ‘Desolation row’/ pero ya no vivo ahí / y no tengo donde ir”) y presiente la necesidad de “una oportunidad para renacer”. Tema de trayecto inusitado: arranca con notas de sintetizador parejas al ‘Bette Davis eyes’ de Kim Carnes y te va metiendo en un bucle ‘in crescendo’, espoleado por los coros femeninos en el tramo final, a cuenta de un estribillo que se te lleva por delante invitándote a caminar “a través de la oscuridad”, con la complicidad del grupo neoyorquino Lucius.

Granduciel aspira a canciones panorámicas que sacudan al oyente con pulso ilustrado, propósito consumado desde que ‘Living proof’ abre el camino a cámara lenta y en dolida primera persona. Desarrolla a partir de ahí esa sonoridad tan suya, la de un 'heartland rock' atemperado que asimila en el diván los reflejos de Kraftwerk: ahí están exponentes tan consistentes como ‘Harmonia’s dream’, ‘I don’t wanna wait’ o ‘Victim’. Temas que avanzan entre la turbulencia y que, pese a las audacias, no dejan de sonar clásicos y que transmiten cierto perfeccionismo.

Granduciel observa a las plumas nobles del ramo, y solo hay que ver esa nota en la que precisa que el bajo de ‘Old skin’ fue un día del señor Walter Becker, el fallecido colíder de Steely Dan. Altos referentes para un grupo, The War on Drugs, que sigue haciendo del rock un vehículo despierto y receptivo a innovaciones y a acentos exclusivos.

Pocos músicos contemporáneos son capaces de hablar al oído del oyente como lo hace Roberto Carlos Lange, que en esta séptima entrega del proyecto Helado Negro da una nueva prueba de su talento casi sobrenatural para amalgamar diversos estilos (soul, ambient, electrónica, jazz, tropicalia, dreampop, r&b, funk) en una música hermosa y envolvente que se convierte en un reconfortante acto de comunicación íntima. En inglés y en castellano. Elegancia balsámica y luminosa para hacer frente a tiempos inciertos. Rafael Tapounet

Las grabaciones en directo de la suite 'A Love Supreme', la obra magna de John Coltrane y su cuarteto, son valiosas porque son escasas: esta de 1965 en Seattle es apenas la segunda que ve la luz. ¿Y qué hay aquí que no esté en el disco en estudio? Interpretaciones mucho más largas, tres músicos adicionales -entre ellos el saxo Pharoah Sanders- que no se sabían la obra al dedillo pero que la atacan con fuerza y un Coltrane que ya despega hacia los territorios ignotos en los que acabaría su carrera. Roger Roca

Cuatro décadas después de la fundación de Brighton 64, el mayor de los hermanos Gil se estrena en solitario con una generosa y variopinta colección de canciones a las, según dice, no veía encaje en el grupo. El conjunto tiene un inevitable aire de cajón de sastre, pero incluye interesantes incursiones en territorios alejados del pop afilado y coreable marca de la casa (el perfume jamaicano de ‘Cançó de protesta’, el vals saltarín ‘Rellotge de sorra’) y una estupenda versión de ‘Coristes i numismàtics’ de Sisa. R. T.

El afecto del trovador ‘millennial’ por los símbolos matemáticos nos recuerda que lo suyo tiene aspecto de pócima pop diseñada con algoritmos. Otra habilidosa ecuación de ‘beats’ resultones y nítidas guitarras acústicas, con tentativas de revivir el impacto de un ‘Shape of you’ (oigan ‘Shivers’ o ‘2step’) y abundante retórica sensiblera, a cuenta de la añoranza por las primeras veces (‘First time’) o de un romanticismo meridiano (‘The joker and the queen’). A la altura de las expectativas. J. B.

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