Hotel Cadogan
El bizarro arte de fotografiar difuntos
El libro ‘Post Mortem’ muestra la colección de retratos mortuorios del actor Carlos Areces
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
La cocinera del hotel, la señora Patmore, guarda en la despensa bajo llave una vieja caja de galletas donde custodia nuestras propinas, la porción que el cuerpo de casa en su conjunto destinamos cada mes a sufragar el coste de nuestro gran vicio; esto es, la adquisición de más y más ejemplares para la biblioteca del Cadogan. Desde hace unos meses, andamos enamoriscados a rabiar de un libro con cubierta en tapa dura de terciopelo negro, dentro de una caja hecha a mano con un troquelado de vidrio acrílico, un ejemplar de coleccionista presentado por Titilante Ediciones: ‘Post Mortem’, la colección de retratos mortuorios del actor Carlos Areces, acompañado de un texto bilingüe (inglés, castellano) de Virginia de la Cruz Lichet, gran experta en la fotografía de difuntos. Se ha hecho una tirada muy cortita de 1.839, una cifra elegida porque ese fue el año en que Louis Daguerre presentó al mundo, en París, un ‘engendro’ que parecía investido de poderes paranormales: el daguerrotipo.
A estas alturas de la civilización, en que tan de espaldas a la muerte se vive, puede parecer bizarro, o incluso escalofriante, lo de retratar a un cadáver, pero en el siglo XIX estuvo muy en boga la costumbre debido a una mortalidad altísima, sobre todo la infantil, de manera que las familias podían conservar así un recuerdo del finado y ayudarse a sobrellevar el duelo. El arte fue refinándose y ganando en popularidad hasta el punto de que los fotógrafos acudían a los domicilios particulares con los avíos de retratar. El lema con el que se anunciaban, su tarjeta de visita, suponía en sí mismo un verso cargado de presagios góticos: "Asegura la sombra, allí donde la sustancia se desvanece". En los principios, los vivos se retrataban con los finados como si nada, disimulando el fatal desenlace, acomodados en el salón o sentados a la mesa, la mamá con el bebé fallecido entre los brazos, y como las técnicas fotográficas de la época precisaban de unos tiempos de exposición tan largos, se daba una circunstancia algo cómica: los fiambres, inmóviles, salían niquelados, perfectos en su definición, en tanto que los vivos aparecían borrosos, difuminados como espectros, pues algo se movían.
Los victorianos teníamos muy presente el viejo ‘dictum’ latino: ‘memento mori’ (recuerda que morirás). ¡Si hasta nos hacíamos joyas con el cabello de los deudos! Brazaletes, broches, gargantillas.
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