Crítica de clásica

La magia de Farrenc ilumina a la OBC

El Festival Mozart Nits d’Estiu se despidió con una aplaudida sinfonía de la compositora francesa

Laurence Equilbey

Laurence Equilbey / Julien Mignot

Pablo Meléndez-Haddad

Pablo Meléndez-Haddad

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Con casi 10 minutos de retraso y con tres mujeres como protagonistas (compositora, solista y directora) se despidió el Festival Mozart Nits d’Estiu de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC), aunque no en el Auditori sino en el Palau de la Música Catalana.

La sorpresa, muy agradable, llegó al final, cuando la OBC incorporó a su repertorio la 'Sinfonía N° 3 en Sol menor, Op. 36’ (1847, estrenada en 1849) de la pianista, maestra y compositora parisina Louise Farrenc (1804-1875). Recibida con grandes aplausos, la obra, de tintes casi germánicos, románticamente oscuros, ofreció un amplio despliegue y variedad en el uso de los instrumentos y una gran inventiva melódica. Genial el animado 'Scherzo' y muy hermoso el movimiento lento, mientras los dos rápidos planteaban discursos incluso dramáticos, como ese ‘Finale’ espectacular que tira a Mozart pero también a los grandes sinfonistas del siglo XIX. Una excelente incorporación y es de esperar que no se tarde mucho en volver a programar.

Una dirección segura

La encargada de tan feliz encuentro fue la directora Laurence Equilbey, quien aportó una dirección segura, obteniendo una adecuada respuesta del conjunto, aunque no acabara de equilibrar del todo el sonido, sobre todo en los bronces, tanto en la 'Obertura' de ‘Las bodas de Fígaro’ como en el ‘Concierto para violín núm. 5 en La mayor, Concierto turco, K. 219’ (1775). Sorprendió que Rosanne Philippens, la violinista invitada, necesitara partitura durante su actuación. Es verdad que hubo desencuentros con la orquesta, por ejemplo, en los momentos previos a la ‘cadenza’ del primer movimiento, o en el final del lento. El conocido ‘Menuetto’ terminó siendo lo mejor de la pieza, mientras que la ‘turquería’ que caracteriza al ‘Rondó’ presentó momentos que no acabaron de lucir bien empastados. Philippens, ovacionada, regaló cómo propina una obra de Enescu que aportó afinación y virtuosismo.