CRÍTICA DE LIBROS

Crítica de 'Geografia de la oscuridad': amputar el lenguaje

La escritora peruana Katya Adaui certifica en estos relatos afilados su habilidad para mostrar los silencios de la violencia

Katya Adaui

Katya Adaui / Alejandra López

Ricardo Baixeras

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Que lo familiar ya no es el paraíso de las emociones serenas lo sabemos desde hace mucho tiempo. La peruana Katya Adaui (Lima, Perú, 1977) da buena cuenta de ello en esta Geografía de la oscuridad, un libro de relatos siniestros, descarnados e hirientes sobre hasta qué punto es posible “descender a un fondo abisal y escapar de los designios del padre” capaz de anular el lenguaje heredado del hijo. O de cómo en los entornos cercanos puede anidar el daño más irreparable y el amor más incondicional. Del todo a la nada en unos seres que han sido “hijos de la abnegación, voraces del sacrificio” y “reducidos al error”. Y que son narrados desde la soledad que les es propia y desde la muerte que no les es ajena.

Un libro de cuentos en el que toman protagonismo unos objetos punzantes y unas casas que son el correlato perfecto de emociones y cuerpos en descomposición, convertidos “en humo, en polvo, en sombra, en nada”. Casas en las que anidan insectos, y donde crecen incendios que todo lo destruyen. Pero lo singular de estos relatos es una sintaxis velocísima que pretende “acceder al deseo, descerrajarlo” y que cercena verbos como si fuera “el recorrido amputado de una palabra". A Adaui le interesa mostrar la imagen de un lenguaje casi cinematográfico, de ahí que cuide la expresión de unas emociones que cartografían la silenciosa piedad de la violencia.

Los narradores fracturados de estos cuentos dicen que “sus palabras son jabalinas. Cruzan el aire, contra el viento, rompen. Se clavan. Dejan en la espalda una hendidura. Removerlas es cortar piel". Un libro como una daga atravesando la tensión de un mundo que “siempre parecía en extinción.”