Opinión | Periféricos y consumibles
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Javier García Rodríguez
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Marge Simpson, 'Moby Dick' y el menguante espacio entre realidad y ficción
Allá por la temporada decimoquinta de su serie, Marge Simpson descubre una inesperada y profunda vocación literaria que la lleva a escribir una narración muy autobiográfica basada en 'Moby Dick' (Móvil Dick se llama un personaje masculino de Lorrie Moore: un Richard menopáusico y siempre de aquí para allá). La mujer con una torre Eiffel azul en la cabeza le pasa su obra a Homer para que este le dé su opinión puesto que ella misma intuye que su marido en la ficción sale bastante malparado. Y ella, claro, no quiere hacer daño a su familia. Homer, poco empático y más atento a su nueva carrera como conductor de ambulancias, afirma que ha leído el original sin haberlo hecho. Frustrada, Marge publica la obra acentuando los defectos de su marido no tan imaginario y dejando volar su fantasía en asuntos de 'affaires'. Cuando Homer ve el libro publicado y descubre lo mal que se habla de su otro yo, le pide explicaciones a Marge, quien le reprocha su dejadez y su mentira (mientras que Tom Clancy y Thomas Pynchon 'as themselves' alaban el libro). Homer responde: "No mentía. Estaba escribiendo ficción con mi boca". Marge se ha aprovechado de la ficción para retratar peyorativamente a Homer y este se defiende con el mismo argumento: la ficción.
'Storytelling'. ''Cosas que no se olvidan', de Todd Solondz, es una película dividida en dos partes: 'Ficción' y 'No ficción'. La escritura como fuente de "superproducción de los afectos" (es expresión de Fernández Porta) ocupa la primera: la dominación, el deseo de ser aceptado, el temor al fracaso, el desgarro autobiográfico en tiempos de distanciamiento autoirónico. La segunda parte la ocupan las decisiones personales, la adolescencia, lo documental, la falsedad institucionalizada. Y en medio de las dos, cruzándose alocada como una liebre perseguida por los galgos, la escritura como cuadrilátero en el que lo más habitual es acabar tumbado en la lona o tirando la toalla.
El espacio entre ambas, entre la realidad y la ficción, entre lo verdadero y lo verosímil, entre el mundo real y los mundos posibles, cada vez queda más difuminado. En tiempos de 'fake news', de ganar el relato, de algoritmos, de selfis con 'photoshop online', de filtros, de distopías cotidianas, de verdades a medias, de clichés, de logógrafos siempre a sueldo del mejor postor y de apuestas a todo o nada, no es raro sentirse como el protagonista de 'Más extraño que la ficción': en manos de una novelista sin ideas, obligado a un arco de transformación sin sutileza, ajeno al mínimo 'decorum', y abocado a un exagerado clímax lleno de tópicos y a un desenlace previsible y anodino.
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