CRÍTICA DE LIBROS

Crítica de 'Esbirros': fábulas sobre la vileza

Los once relatos que componen este libro del escritor mexicano Antonio Ortuño se nutren tanto de la fealdad como de la belleza

ANTONIO ORTUÑO

ANTONIO ORTUÑO

Ricardo Baixeras

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En la ‘Nota liminar’ que abre este 'Esbirros'. Antonio Ortuño (Zapopan, Jalisco, México, 1976) defiende, de la mano de Ezra Pound, que sus relatos se nutran tanto de la fealdad como de la belleza aunando dos procedimientos que se quieren simultáneos: “por un lado: rigor, estilo, prosa; por el otro, observación, evisceración, perspectiva”. De ahí surge el nervio de estos cuentos que se inscriben en la fuerza de un mundo representado tal cual es, con el aguijón de la carencia y la violencia inherentes, para acabar explorando las zonas ambiguas de una subjetividad paradójica en su versión obsesiva, pesadillesca o, si se quiere, devoradora de los propios miedos, piedra de toque de todo el libro: “Un engendro de garras negras que personifique la anticipación del dolor que es el miedo.”

En cualquiera de los 11 cuentos, de lectura extraña y apacible merced a la unión de lo trágico y lo grotesco, probamos que el mundo de las relaciones sociales, su pretendida estabilidad natural, puede llegar a ser tenebroso porque es un páramo vaciado de sentido. Las figuraciones dúctiles que dibuja Ortuño admiten que el dolor y el daño se disuelvan en los entresijos de unas tramas que se tornan instancias devoradoras de lo real. Con la pretensión última de que las instancias de poder en las que se sitúan los personajes, los papeles en los que se parapetan y que se les asigna en el entramado social, la soledad que les es propia, todo ello volverá para engullirlos porque el “miedo es un dardo que se te clava en el alma y te la envenena.”

Un libro elíptico que construye su significación en la forma de una conciencia dañada por una fábula que es una mascarada de los cientos de discursos viles de los que estamos hechos