Crítica de discos

'‘The battle at garden’s gate', de Greta Van Fleet: de ‘Led Zeppelin I’ a ‘Led Zeppelin IV’

La banda estadounidense ahonda en su rock de corte clásico con reminiscencias del gigante británico, potenciando los medios tiempos de fondo místico

Los nuevos álbumes de Ricky Gil, Cheap Trick, The Offspring, Charles Lloyd & The Marvels, también reseñados

Greta Van Fleet, en una imagen promocional.

Greta Van Fleet, en una imagen promocional. / PAIGE SARA

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Un primer álbum, ‘Anthem of the peaceful army’ (2018), propulsó a Greta Van Fleet hacia un inopinado estatus de gran sensación del rock cuando del rock ya no se esperaban semejantes fiestas. Cancionero, sonido y solos de guitarra causaron efectos ópticos a los viejos del lugar: “Son ‘Led Zeppelin I’”, soltó, malévolo, Robert Plant, una observación que, si resulta un tanto abusiva, es por el disco elegido, puesto que cabría hablar más bien de ‘Led Zeppelin II’. Rock con el marchamo de otra era, a contracorriente tratándose de músicos veinteañeros y con el estigma de esa admiración tan concreta por una banda. Bien, ¿Y después?

El grupo anunció un segundo álbum alejado de esa órbita de influencia, pero ‘The battle at garden’s gate’ no se aparta de ella, y más bien desarrolla una parcela en su día aventurada por el gigante ‘zeppeliniano’: la canción corpulenta, de medio tiempo musculoso, dinámica emocional y embelesado punteo de guitarra. Con ello, Greta Van Fleet nos viene a decir que vive en su mundo, ajeno no solo a interferencias modernas sino al ‘qué dirán’ de los ‘connaisseurs’. Sus defensores pueden alegar, y ahí tendrán razón, que copiar o inspirarse en Led Zeppelin es percibido como pecado mortal, mientras que hacerlo con los Kinks o los Beach Boys es ‘cool’.

Liturgia y densidad

El problema de ‘The battle at garden’s gate’ es que, aun siendo un álbum en el que podrán deleitarse los entusiastas de esa estética musical asociada a los primeros años 70, tiende en exceso al espesor. Tras la solemne bienvenida de ‘The heat above’, con órgano litúrgico y bello estribillo, dibujado por la voz aguda de Josh Kiszka (más cerca de Geddy Lee, de Rush, que de Plant), sorprende la baja presencia de temas rock expeditivos: ahí están ‘My way, soon’ y, con reparos, ‘Built by nations’ (ese aparatoso ‘groove’ de batería, puro Bonzo, a lo ‘The ocean’) y la galopante ‘Caravel’.

Vuelven a evocar a Led Zep, una y otra vez, en esas piezas de zancada larga que benévolamente podríamos llamar ambiciosas y que conjugan el lirismo con el atracón de épica. Ahí hacen méritos ‘Broken bells’ y los casi nueve minutos de la pieza de cierre, ‘The weight of dreams’, ambas con sus recovecos jugosos, ambas entregadas finalmente a su majestad el solo de guitarra, en secuencias armónicas redundantes y, por cierto, muy parecidas a las del ‘crescendo’ de ‘Stairway to heaven’. A medio trayecto, recesos melódicos agradables en ‘Tears of rain’ y ‘Light my love’, asentados en el piano.

El grupo de Frankenmuth, Michigan, aliado ahora con el productor Greg Kurstin (Adele, Beck, los últimos Foo Fighters), redobla su apuesta y suena, si cabe, un poco más extemporáneo todavía, evolucionando hacia la canción más velada y mística, y también más pretenciosa, soñando acaso con armar su propio ‘Led Zeppelin IV’. Jordi Bianciotto

OTROS DISCOS DE LA SEMANA

El bajista y cantante de Brighton 64 se aleja unos pasos de la inmediatez pop de su grupo de toda la vida para estrenarse en solitario con un elepé que camina entre el rock vitaminado, el blues desértico y la psicodelia, muy marcado por la presencia como banda de acompañamiento de los siempre solventes Biscuit, igual de certeros cuando se travisten de Crazy Horse (‘En una altra vida’, con la voz invitada de Joana Serrat) que cuando cuando lanzan guiños a los Who de los 70 en la rotunda ‘Encaixes amb la descripció. Rafael Tapounet 

Con la salvedad de ‘Gimme some truth’, que no deja de ser una versión de John Lennon, ninguna de las 13 canciones incluidas en el vigésimo elepé de estudio de Cheap Trick es especialmente memorable, y, aun así, el reencuentro con el incombustible cuarteto resulta gratificante de una manera algo extraña. Acaso se deba al sorprendente buen estado de la voz de Robin Zander o a la emocionante convicción con la que el guitarrista Rick Nielsen sigue sosteniendo esos himnos para grandes estadios a caballo entre AC/DC y los Beatles. R. T.

Nueve años después de su anterior disco, los californianos no nos sirven una obra de punto y aparte, sino un ‘revival’ punk de mediana edad con las constantes vitales en su sitio. Lo sustentan artefactos desbocados del calibre de ‘This is not utopia’ o ‘Breaking these bones’, en contraste con ciertos entretenimientos (el swing de ‘We never have sex anymore’, el homenaje a Edvard Grieg) y con esa repesca de ‘Gone away’ a voz y piano, donde la vieja rabia da paso al perfume autocomplaciente. J. B.

Con el quinteto The Marvels, el veterano saxofonista de jazz Charles Lloyd ofrece, una vez más, unas vistas únicas al ancho mapa de las músicas de raíz de los Estados Unidos. Da igual la materia primera: una balada de Leonard Cohen, un clásico de Ornette Coleman, otro de Thelonious Monk, un bolero de Bola de Nieve… Lloyd y su banda, escorada hacia el country gracias a las guitarras de Bill Frisell y Greg Leisz, hacen que todo suene relajado, cálido y “roots”. Poética sin drama y al ralentí. Roger Roca

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