Opinión | Periféricos y consumibles

Javier García Rodríguez

Javier García Rodríguez

Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo

Manual de estilística práctica

Puesto de pescado en el mercado Galvany de Barcelona.

Puesto de pescado en el mercado Galvany de Barcelona. / Ferran Nadeu

La mejor definición de lo que es el estilo (san Dámaso Alonso me perdone) se la escuché a una señora que tomaba su café matinal en la misma terraza que yo. Era una de aquellas “Regentas” de friso vespertino que quedaron retratadas en la pintada callejera de la esquina vetusta: “Viejas cacarean/en la acera principal/con sus pelos de seta/toman café”. Explicaba aquella mujer a su amiga el secreto de la mejor vinagreta y concluyó: “El secreto de la vinagreta es echar mucho vinagre pero que no sepa a vinagre”. Se comprenderá que desde entonces ande yo dándole vueltas al secreto de la vinagreta, que no es distinto al del estilo: que tenga estilo pero que no sepa a estilo. Acudí a la famosa sentencia “Le style c’est l’homme mème”, de Buffon. El estilo es el hombre mismo. Pero, como todas las frases brillantes, aporta poca luz.

La parte negativa del estilo es convertirlo en una especie de síndrome de la clase turista: si estás mucho tiempo en el asiento, debido a la inmovilización y la deshidratación, comienzan los problemas: hinchazón, dolor, calor, enrojecimiento, hormigueo, y puede llegar un coágulo en la circulación. Sin darte cuenta apenas. O que el estilo sea esa especie de lecho de Procusto en el que nos tendemos para que el sádico bandido y posadero del Ática recorte o estire nuestros miembros hasta que nuestro cuerpo se acomode al tamaño del jergón.

Sin ánimo para defender que el estilo sea inmutable y eterno, creo bastante firmemente en la idea positiva acerca del estilo, la que lo convierte en un objetivo de calidad y excelencia individual. A pesar de la posibilidad de no llegar. “Terminar KO en el combate por el estilo es más épico que no subirte al ring”, escribió Rodrigo Fresán. Quizá solo sea eso: seguir en la pomada. Organización y un toque distintivo. Yo también soy Regenta vespertina. Leí una noticia sobre cómo organizada su puesto un pescadero: “La mercancía se coloca con mimo. FF no ha podido comprar salmonetes para ofrecer a sus clientes ese día y ‘es una pena porque dan mucho color al puesto’. Si cortar el pescado es una ciencia, colocarlo también tiene su secreto. ‘Si pones todo lo de color llamativo en un rincón, el resto del puesto queda muerto’, explica”. De otra manera lo dice Richard Russo: “Puede que en el fondo el arte no sea más que eso: mucha técnica con un toque de estilo”. Para llegar a lo que, según un exagerado Góngora, conseguía enseñar Francisco de Castro, el oscurísimo tratadista el siglo 17: “Hacéis a cada lengua, a cada pluma,/que hable néctar y que ambrosía escriba”. Nada menos. Nada más. 

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