Crítica de concierto
Netrebko y su aura de diva
La soprano rusa regresó al Liceu con un recital que convenció a sus incondicionales
Pablo Meléndez-Haddad
Anna Netrebko regresó al Liceu después de su sonada cancelación en el ‘Trovatore’ que inauguró la temporada, cuando la diva rusa se contagió con covid-19 y tuvo que ser ingresada en un hospital en Moscú. Ya completamente recuperada, subió el miércoles al escenario liceísta ante un público expectante y con programa tan amplio como variado. Lo hizo contando con un ejército de admiradores que le rindieron devoción, y con muchos compatriotas suyos que se movían nerviosos por los pasillos del teatro. El Liceu se empleó a fondo, incluyendo guardias de seguridad flanqueando el escenario, algo nunca visto.
La actual diva de divas no cantó un recital al uso. Convirtió el formato en una ‘performance’ de tintes ‘kitsch’, tirando de elementos de atrezo, moviéndose como una muñeca con sutiles coreografías en cada canción y paseándose por todo el escenario interpretando cada pieza. En su arte aplicó todo su saber decir, ese fraseo tan particular que moldea un timbre de gran belleza, aterciopelado y que sabe colorear, dando vida -un tanto escasa de variedad, en todo caso, con alguna nota fija o de afinación cuestionable- a obras de autores rusos, franceses, italianos, americanos...
Esta vez Netrebko no impuso como acompañante a su marido, el tenor Yusif Eyvazov, sino a una mezzosoprano de voz tan profunda como entubada, Elena Maximova, y el violín de Giovanni Andrea Zanon, que complementó en un par de números al piano elegante y efectivo de Pavel Nebolsin, un apoyo vital para la cantante.
Obviamente lo mejor de la velada fueron las canciones rusas, como las de Rajmáninov del comienzo, bordando ‘Qué hermoso es este lugar’, decorado con agudos en pianísimo -al igual que en ‘Oh, nunca me vuelvas a cantar’ de la segunda parte-, o la impresionante ‘El canto de la alondra’ de Rimski-Kórsakov, en la que impuso sus graves, sin olvidar todas y cada una de las melodías de Chaikovsky.
Pero también estuvo convincente en los ‘Lieder’ de Richard Strauss, y en 'Depuis le jour', de la ópera ‘Louise’ de Charpentier, esculpida con un hábil uso de los reguladores y controlando el ‘fiato’. No se le vio cómoda, y además le falló la memoria, en esa ‘Mattinata’ de Leoncavallo cantada como si fuera el 'Suicidio' de ‘La Gioconda’.
Teatral y experta comunicadora, gustó al público en el aria 'Gold is a fine thing' de la ópera ‘The Ballad of Baby Doe’ de Douglas Moore, encarando la recta final con encanto. Dos propinas, ‘Il bacio’ de Arditi y una hermosa versión de ‘Cäcilie’ de Strauss, pusieron punto final a una velada que no dejó a nadie indiferente.
Periodista y crítico musical
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