CRÍTICA DE LIBROS
Crítica de 'Los ancianos siderales': el único argumento de la obra
El escritor leonés sitúa su historia bufa y surrealista en un asilo de ancianos
Domingo Ródenas de Moya
Domingo Ródenas de Moya
De la fantasía de Luis Mateo Díez (León, 1942), Premio Nacional de las Letras Españolas 2020, nació hace muchos años un territorio mítico, el Reino de Celama, donde se encuentran las Ciudades de Sombra donde se ubican muchas de sus novelas. Antes de crear ese universo imaginario, el escritor había definido un estilo inequívocamente propio, de sabor oral y clásico, que sirve de vehículo a una cosmovisión bufa y desgarrada de la vida, tan próxima a la comicidad grotesca del esperpento como al disparate o al absurdo surrealistas.Los tres elementos, espacio mítico, estilo y visión jocosa y desencantada, se dan cita en 'Los ancianos siderales', que aborda el intemporal y actualísimo problema de la vejez y sus infamias.
El escenario es el Cavernal, un geriátrico a las afueras de Breza, instalado en un edificio destartalado que alberga una nutrida tropa de ancianos enfermos y demenciados bajo el dudoso cuidado de las monjas Clementinas y el aún más dudoso del falso doctor Belarmo. Entre los ancianos, los más ilusos e ilusionados son los miembros de la Cofradía, convencidos de que una nave extraterrestre vendrá a abducirlos o salvarlos de su presente sin futuro. Han hecho de los avistamientos nocturnos una liturgia de la que forman parte, con efecto propiciatorio, los pájaros caídos. Todo suena a delirio desatado, a carnaval y chirigota, a picaresca de senectud (Omero, el interno que centra la primera parte, es un viejo delincuente), y así lo ha dispuesto el autor incluso desde el lenguaje incongruente de los ancianos, atiborrado de refranes traídos al pelo y a contrapelo.
Frente al festival elocutivo, la trama pierde importancia, aunque está bien urdida a partir de la desaparición de un pájaro (en el bolsillo de Omero), la comisión de un crimen, los manejos canallescos del doctor Belarmo en la segunda parte y la entrada en acción del comisario Lamerto y el inspector Tineo en la tercera. Con estos personajes extravagantes se agiliza y levanta una narración a la que le pesa, al principio, el juego lingüístico. Al final (no es un espóiler) la nave sideral no es sino el mismo asilo, ese no lugar donde la sociedad oculta el único argumento de la obra: envejecer, morir.
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