Aniversario de un título de culto

Apocalipsis caníbal en el Besòs

La 'psicotrónica' película del italiano Bruno Mattei que convirtió los alrededores de Barcelona en el escenario de una pandemia zombi y encabezó los ránkings de taquilla en EEUU cumple 40 años

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Rafael Tapounet

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El 17 de noviembre de 1980, el Regio Vistarama Palace, uno de los grandes templos de la exhibición cinematográfica en Barcelona, acogió el estreno de 'Apocalipsis Caníbal', una coproducción hispanoitaliana dirigida por Bruno Mattei que se publicitaba con el perturbador lema "¡La pesadilla cruza las fronteras del terror!". La película relata la peripecia de un grupúsculo de agentes de operaciones especiales que viaja a Papúa Nueva Guinea para investigar un extraño accidente en una planta química que ha transformado en zombis tanto a los trabajadores de la central como a los habitantes de los alrededores. El filme, generoso en escenas de ultraviolencia y casquería, se estrenó con la calificación 'S' que advertía del posible daño que las imágenes podían causar en la sensibilidad del espectador, pero nada había preparado a la audiencia que aquel día llenaba la platea y los dos anfiteatros del Regio para el impacto que supuso el plano inaugural de 'Apocalipsis Caníbal': una vista nocturna de un muy reconocible equipamiento industrial con tres chimeneas al fondo. Aquello no era Papúa Nueva Guinea. ¡Aquello era Sant Adrià de Besòs!

Celebrar los 40 años del estreno de la película que convirtió la desembocadura del Besòs (y la zona de los merenderos de Les Planes, como se verá más adelante) en el oceánico escenario de una invasión de seres comevísceras que ponen en jaque el futuro del planeta puede parecer hoy un capricho extravagante, pero aquí es preciso hacer algunas consideraciones. Vista con la mirada saciada de un espectador del 2020, que tiene al alcance de su mando a distancia toda la historia del cine, 'Apocalipsis Caníbal' resultará probablemente un despropósito más o menos hilarante; un torpe ejercicio de explotación del género de zombis que había acuñado y codificado George A. Romero en las dos primeras entregas del ciclo de los muertos vivientes. Pero en 1980, antes de la llegada del vídeo doméstico a los hogares y con las limitadas posibilidades que ofrecían los canales de distribución de la época, el estreno de una película como esta constituía un verdadero hito para los aficionados al cine de terror en su vertiente más gamberra y caradura.

"Te puedo decir que el estreno en Barcelona fue una cosa apoteósica". Quien habla es José María Cunillés, un productor cinematográfico nacido en Tàrrega en 1943 en cuya extensa filmografía conviven títulos tan dispares como 'El caso Almería' (Pedro Costa, 1984), 'El Lute, camina o revienta' (Vicente Aranda, 1987) o el clásico de la comedia erótica 'No me toques el pito que me irrito' (Ricard Reguant, 1983). También 'Apocalipsis Caníbal', un proyecto que levantó con su compañía Dara Films en régimen de coproducción con Beatrice Film del italiano Roberto di Girolamo.

Más de 100 países

Cunillés recuerda que en España la película funcionó "bastante bien" en taquilla, ayudada por una promoción que explotó a conciencia los casos de mareos y hasta desmayos que se produjeron en varias salas durante la proyección. Algunos registros no oficiales hablan de una recaudación próxima a los 46 millones de pesetas, con más de 312.000 espectadores. "Pero donde la cosa fue verdaderamente de maravilla fue en el mercado internacional -añade el productor-. Se vendió a más de 100 países [incluidos destinos tan improbables como El Salvador, Jordania y Sudán], aunque en algunos nos la prohibieron. Y luego estuvo lo de Estados Unidos".

Cartel de 'Apocalipsis Caníbal' para su venta al mercado estadounidense.

Lo de Estados Unidos merece ser explicado por Cunillés en un párrafo aparte. "Presentamos la película en 1981 en un cine de Westwood en el primer American Film Market y la vendimos a una empresa estadounidense que nos dijo que la iba a comercializar en vídeo. Pero luego la explotó en salas [con el título de 'Hell of the living dead'] y la sorpresa fue que estuvo varias semanas en el 'top' de recaudaciones de 'Variety'. Hizo unas taquillas millonarias y nosotros no nos pudimos beneficiar porque la habíamos vendido a precio fijo. Aún hoy se sigue vendiendo en los mercados de DVD y Blu-ray". El productor no fantasea. Antes del despegue internacional de la carrera de Pedro Almodóvar, la producción española que más dinero había recaudado en Estados Unidos era, sí, 'Apocalipsis Caníbal'.

Nada mal para una película rodada en cuatro semanas con un presupuesto exiguo ("en realidad no había presupuesto -admite Cunillés-; se hacía un presupuesto oficial para que los ministerios quedaran conformes y luego se gastaba lo que se creía conveniente"), actores prácticamente desconocidos y las habituales tácticas de guerrilla del director Bruno Mattei. Este tuvo al menos el detalle de firmar la cinta con el seudónimo de Vincent Dawn, un gesto que solo cabe interpretar como un modo de admitir la enorme deuda contraída con la película 'Zombi' ('Dawn of the dead', en el original) de George A. Romero, de la que 'Apocalipsis Caníbal' toma prestadas numerosas ideas de puesta en escena, la caracterización de los personajes principales (esos SWAT ataviados con monos azules de mecánico) y, en un caso de patilla verderamente notable, la música del grupo italiano Goblin, de la que se dice en los títulos de crédito que se ha hecho una "adaptación".

NUEVA GUINEA EN LES PLANES

No son estos los únicos saqueos perpetrados por Mattei, que a lo largo del filme va intercalando planos extraídos de documentales rodados, estos sí, en Nueva Guinea y cuyos derechos habían sido comprados por Roberto di Girolamo. Así, en 'Apocalipsis Caníbal' se incluyen escenas tomadas de 'Nueva Guinea, la isla de los caníbales', de Akira Adé; de 'Des morts', un 'shockumentary' francés sobre los ritos funerarios en el mundo, y de 'La Vallée', de Barbet Schoeder, película que trascendió en su día los círculos cineclubistas gracias a la banda sonora de Pink Floyd (publicada en disco con el título de 'Obscured by clouds').

"Lo de insertar imágenes de los documentales fue cosa del productor italiano, que tenía ese material de archivo -relata Cunillés-, aunque luego Mattei decidía qué escenas usaba y metió muchos planos de pájaros, no sé por qué. Lo importante es que ahí salía un poblado indígena de Nueva Guinea y, para poder intercalar las imágenes, nuestros técnicos españoles tuvieron que reproducirlo en la zona de Les Planes donde estaban los merenderos".

PROBLEMA DE FIGURANTES

El insalvable contraste entre la frondosa vegetación de la selva húmeda ecuatorial de Nueva Guinea y la flora mediterránea de la Sierra de Collserola es uno de los elementos más chocantes de una cinta pródiga en elementos chocantes. Otro de los destacados es el escaso rigor interpretativo de unos figurantes a quienes nadie parece haber explicado cómo actúan los zombis, más allá de que se mueven despacio. "Eso nos dio bastantes problemas, porque en esa época en Barcelona había muy pocos africanos y, para conseguir extras, teníamos que ir por las Rambles de noche a localizarlos y de ahí llevarlos al rodaje", cuenta el productor catalán entre risas.

También resultó problemática la presencia de mirones, especialmente a la hora de filmar una de las escenas más llamativas de la película: aquella en la que la periodista Lia Rousseau (interpretada por la italiana Margit Evelyn Newton) asume que la única manera de confraternizar con los indígenas es despelotarse y cubrirse con unas risibles pinturas tribales, en una suerte de nudismo antropológico. Lo explica la propia actriz en uno de las entrevistas que acompañan a la edición en Blu-ray de la película (rebautizada como 'Zombie Creeping Flesh') que hizo la productora británica 88 Films: "Me daba mucha vergüenza rodar esa escena y pedí que se quedara solo la gente indispensable, pero aquello se llenó de curiosos. Mi novio intentaba echarlos, pero se iban por un lado y aparecían por el otro". Como los zombis, vaya.

ASALTO A LA EMBAJADA

Con apenas 18 años recién cumplidos, Margit Evelyn Newton (de nombre real, Margit Gansbacher) encabeza un reparto ignoto y algo desarticulado pero con cierto carisma en el que destaca el sobreactuadísimo Franco Garofalo. Entre los intérpretes principales figuran también talentos locales como José Gras Palau, en el papel del granítico teniente Mike London, jefe del comando que es enviado a Papúa Nueva Guinea después de desbaratar de forma expeditiva (¡y con la ayuda de la Guardia Urbana de Barcelona!) un asalto terrorista a la embajada estadounidense de no se sabe dónde (aunque el edificio es sospechosamente parecido al del Centro Médico Teknon de la Bonanova).

Deambulan asimismo por ahí el ya fallecido Josep Lluís Fonoll, que protagoniza la escena más tronchante del filme al interrumpir una misión de reconocimiento en una casa infestada de caníbales para ponerse un tutú y marcarse unos pasos de baile (acaba mal, claro); Gabriel Renom, que aterrizó en el rodaje poco después de salir de la cárcel Modelo, donde estuvo internado 11 meses por su participación en la obra de Els Joglars 'La torna'; el característico Víctor Israel, que hace una breve pero impactante aparición como sacerdote antropófago, y Bernard Seray, icono del cine quinqui que venía de interpretar a El Vaquilla en 'Perros Callejeros II' y 'Los últimos golpes de El Torete'.

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Y, presidiendo toda la trama, la gran mole industrial de la hoy desmantelada central térmica del Besòs, presencia totémica y fuente del mal que amenaza con extinguir la vida humana en la Tierra. Un ingrediente fundamental para poder sacar adelante el proyecto de 'Apocalipsis Caníbal', tal como reconoce José María Cunillés. "Poder rodar en la térmica, que en aquel momento daba luz a toda Barcelona, fue importantísimo para la película, porque si hubiera habido que hacerlo en estudio habría costado una fortuna. Y tengo que decir que todo el personal de allí se portó de una manera extraordinaria con nosotros". Quién les iba a decir entonces a todos ellos que, 40 años después, aquella pequeña y descosida película de zombis iba a sobrevivir, como objeto de culto, a la imponente instalación termoeléctrica que le sirvió de decorado. 

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