La mascarilla del demonio (1)

Un vampiro asturiano en México

El escritor Jesús Palacios resucita en '¡A mordiscos!' la leyenda del actor expatriado Germán Robles

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Rafael Tapounet

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 "De entre las brumas que amparan la escalofriante leyenda de hombres que jamás murieron, como Nostradamus, Cagliostro y el conde Drácula, surge de pronto la amenaza extraña de un hombre muerto que vuelve a la vida cada noche, al conjuro de un aterrador destino, en busca de víctimas a quienes beber su sangre". Con esta irresistible prosopopeya se publicitaba, en 1957, una de las más destacadas producciones de la historia del cine fantástico mexicano: 'El vampiro', de Fernando Méndez, una más que sólida adaptación apócrifa del relato de Bram Stoker en la que, por encima de la cuidada tramoya gótica y la elegante dirección, se alza la poderosa interpretación del actor protagonista, determinante, a juicio de muchos críticos e historiadores, en la evolución que hizo el personaje desde la solemnidad teatral y algo amanerada de Bela Lugosi hasta la lasciva crueldad de Christopher Lee (el 'Drácula' de Terence Fisher para la Hammer llegó justo un año después). Ese actor, que hacía además su debut en el cine, era un señor de Gijón llamado Germán Robles.

Como el aristócrata centroeuropeo que le brindó el salto a la fama, Robles era un expatriado. Su padre fue un relevante ilustrador y cartelista republicano que tuvo que abandonar España en 1939 para instalarse en México después de pasar por los campos de concentración franceses. Su familia no pudo reunirse con él hasta al cabo de casi 10 años. Para entonces, Germán Robles había empezado a estudiar en la Facultad de Peritos Industriales de Gijón y, una vez cruzado el océano, tenía ante sí un próspero y apacible futuro como delineante, pero el virus de la interpretación le hincó los colmillos en la yugular (en forma de un papel de Jesucristo en la obra 'El mártir del Calvario', nada menos) y ya nada volvió a ser igual.

"Un tipo grandote que chupa la sangre"

Resulta una inquietante pirueta del destino que Robles pasara directamente de la cruz del Calvario a una cripta transilvana (Cristo y Drácula, dos no muertos al fin). Prendado de su físico y su voz, el productor Abel Salazar pasó por alto el nulo bagaje cinematográfico del actor asturiano y le ofreció protagonizar su nueva película. Así de entrada, la propuesta no impresionó demasiado a Robles, tal como él mismo reconocía muchos años después: "Cuando me dijeron 'vas a ser el vampiro', les dije: '¿Qué es eso?'. Y me respondieron que era un tipo grandote que chupa la sangre".

En realidad, el vampiro de Germán Robles, rebautizado para la ocasión como Conde Karol de Lavud, acabó siendo bastante más que un chupasangre grandote. "Es la primera aparición en la pantalla de un vampiro sensual", sostiene Guillermo del Toro. La magnética presencia del actor disparó la popularidad de la película y propició el rodaje de una secuela, 'El ataúd del vampiro' (1957), de manera casi inmediata. Desde entonces, y pese a una respetabilísima carrera en cine, teatro y televisión tocando todos los géneros, el nombre de Robles quedó ligado de forma indisoluble al del conde Lavud para eterna mortificación del actor, que detestaba ser considerado "el vampirito".   

Todo ello (y mucho más) lo cuenta de forma brillante el escritor y crítico cinematográfico Jesús Palacios en '¡A mordiscos!' (editorial Hermenaute), uno de los dos libros oficiales de esta 53ª edición del Festival de Sitges. '¡A mordiscos!' es en realidad una versión ampliada y actualizada de una monografía que Palacios publicó en el 2008 en el marco de la Semana Negra de Gijón y cuya novedad más suculenta es, sin duda, la inclusión de una entrevista que el autor tuvo ocasión de hacerle a Robles antes de que este falleciera el 21 de noviembre del 2015 a los (presuntamente) 86 años.

Claro que... Lo dice la leyenda que preside el arco de entrada al cementerio de Sitges: 'Mortui resurgent'. Los muertos se levantarán. Gracias a '¡A mordiscos!', el conde Lavud vuelve a estar entre nosotros.    

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