UNA ARTISTA QUE ROMPIÓ MOLDES

50 años sin Janis Joplin, la voz de la liberación

El libro 'La biografía definitiva de la legendaria reina del rock', de Holly George-Warren, reivindica los poderes de la cantante y compositora tejana y su influencia como icono contracultural y referente feminista

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Jordi Bianciotto

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Aquella tarde del 4 de octubre de 1970, domingo, Janis Joplin se suministró la dosis de heroína que terminaría con su vida, no pinchada en vena sino bajo la piel de su brazo izquierdo, lo cual postergó sus efectos unos minutos, de modo que tuvo todavía tiempo de bajar al vestíbulo del hotel, comprar un paquete de Marlboro y charlar con el recepcionista antes de desplomarse en su habitación. Otro accidente fatal, sin ánimo autodestructivo, como el de Jimi Hendrix un par de semanas antes, propiciado por una droga, la ‘china white’, de pureza muy superior a la que ella estaba acostumbrada. Murió a los 27, el día que se cumplían 33 años del entierro de su artista más querida, la cantante de blues Bessie Smith.

Con esta escena, de la que se cumplen 50 años, culmina ‘Janis Joplin. La biografía definitiva de la legendaria reina del rock’, de Holly George-Warren (Libros Cúpula; traducción de Rocío Valero), libro que pone la lupa sobre este símbolo contracultural, la señalada por ‘Newsweek’ en 1969 como “primera superestrella femenina del rock”. Obra esculpida a partir de un trabajo de campo de cuatro años (tantos como duró la singladura profesional de Janis) y del acceso al fondo documental facilitado por los herederos de la cantante.

La heroína cultural

El relato atrapa con sus pinceladas sobre la criatura salvaje, la cantante al límite y la menos conocida de operaria del estudio. Aunque no faltan las escenas de morbo y famoseo (ni Jim Morrison ni Leonard Cohen salen muy bien parados), no hace falta recrearse más de lo debido en sus episodios de procacidad (bi)-sexual, drogas y alcohol para alimentar el ‘mito Janis’. Figura demoledora de roles, voz femenina determinada al frente de un grupo de hombres: como subraya la autora, citando a la malograda crítica Ellen Willis, ella fue “la única heroína cultural de los 60 que hizo visible y publica la experiencia de la búsqueda de la liberación personal por parte de la mujer”.

Janis “chicazo”, la niña que retaba a sus compañeros de clase a peleas cuerpo a cuerpo y la pandillera que enloqueció con el rock and roll de Elvis mientras comenzaba a preguntarse por qué, en su natal Port Arthur (Texas), los chicos podían foguear sus apetitos sexuales en el burdel mientras que ellas veían arruinada su reputación al menor descuido. Para la autora del libro, su “primer acto de transgresión” fue ser una chica blanca cautivada por la música de los negros. Boquiabierta se quedó toda una Grace Slick (de Jefferson Airplane) cuando irrumpió en la escena de San Francisco, atraída por la mística beatnik. “¿Una blanca de Texas cantando blues? ¡qué agallas!”.

Pasión por el blues

George-Warren desliza apuntes precisos sobre la naturaleza cambiante de su música, como el contraste entre sus tempranos tanteos folk (ante audiencias que preferían el ‘baladismo’ de sopranos a lo Joan Báez a su “contralto desgarrado”) y su pasión por los cantos del delta “sobre proxenetas y prostitutas”. Y la disrupción entre el sonido apocado de su primer álbum y las ‘jams’ extáticas de rock ácido que su grupo, Big Brother & The Holding Company, era capaz de desarrollar en directo.

Sitúa en su crucial actuación en el Monterey Pop Festival (1967) una toma de conciencia del flujo de energía de ida y vuelta con el público, “envalentonada”, jugando con las pausas y exprimiendo “cada gota de emoción” de la lastimera ‘Ball and chain’, de Big Mama Thornton. Pero advierte, más adelante, cómo Janis “empezó a crear un personaje; una versión exagerada de sí misma”. Qué difícil es mantener la expresividad genuina en su punto justo. Peter Albin, bajista del grupo, no se anda con medias tintas: “Janis empezó a amanerarse; se convirtió en una caricatura”.

La fidelidad de la música

Quizá eso fuera solo a tiempo parcial: las páginas relativas a ‘Cheap thrills’ (1968) la muestran “enormemente involucrada” en las tareas técnicas, de ingeniería de sonido, acaso ingratas para una diva. Y con ‘I got dem ol’ kozmic blues again mama!’ (1969), la autora del libro contradice a la crítica de la época, que acusó el giro soul, y elogia su creciente control vocal, consumado en el álbum póstumo ‘Pearl’, lanzado tres meses después de su muerte.

De la lectura del libro queda la estela de un alma libre que vivió a todo riesgo, y que por ello llegó a confesar que la música representaba la única esfera de su vida donde no se había sentido traicionada. Cantante ‘bigger than life’ cuyos admiradores, recuerda Holly George-Warren, son innumerables y variados, también hombres como Robert Plant o Axl Rose, desafiando la idea de que una artista femenina solo puede ser influyente en otras mujeres.

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