CRÍTICA DE CINE
'Los chicos de la banda': resurge un retrato pionero de la vida gay
El productor Ryan Murphy cuenta con grandes actores de confianza para esta adaptación de la obra teatral de 1968 de Mart Crowley
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Juan Manuel Freire
Periodista
Periodista y crítico cultural.
Juan Manuel Freire
'Los chicos de la banda' es, a la vez, una adaptación de la obra teatral de 1968 de Mart Crowley y una especie de remake revisionista de la versión fílmica dirigida por William Friedkin en 1970. Medio siglo después, su retrato de la vida gay ha quedado felizmente obsoleto en algunos aspectos (ahora hay una comunidad más pública y abierta que ayuda a la aceptación incondicional de uno mismo), pero los personajes, la historia y sus giros continuos siguen divirtiendo y conmoviendo.
Nacida del astronómico acuerdo de Netflix con Ryan Murphy, esta nueva versión llega dirigida por un habitual del ubicuo productor como Joe Mantello, a quien vimos en 'The normal heart' o como el ejecutivo Dick Samuels de 'Hollywood'. No es fácil retar a Friedkin, ni siquiera a un Friedkin medio novato; Mantello no siempre consigue dotar de sentido cinematográfico a las imágenes, hacernos olvidar la sensación de estar viendo una obra de teatro filmada.
La película es, por encima de todo, una exhibición de actores, casi todos ellos rostros familiares del mundo Murphy. Jim Parsons está inmenso como Michael, malhumorado anfitrión de la fiesta de cumpleaños para el cínico, distante Harold (Zachary Quinto), en la que una sana diversión dará paso a la hostilidad por una visita inesperada y un juego que nunca se debió empezar a jugar. El resto de chicos de la banda son Larry (Andrew Rannells), el más promiscuo; Hank (Tuc Watkins), el más fiel; Donald (Matt Bomer), el más intelectual y analítico; Emory (revelación Robin de Jesús), el más exuberante, y Bernard (Michael Benjamin Washington), afroamericano de raíces humildes que un día se enamoró de un chico rico y blanco.
Este plantel brillante sublima todas las actitudes y todos los humores imaginables en dos horas que van de la comedia agridulce a un drama catártico con posibilidad de curación, aunque quizá no para todos. Mantello y el guionista Ned Martel han mantenido una escena de amor que Crowley escribió específicamente para la película de Friedkin y que el director prefirió dejar fuera del montaje; en su autobiografía, 'The Friedkin connection', se arrepiente de haberlo hecho.
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