CITA CULTURAL

Festival Terrer: tozudo, sensible y fértil como el Priorat

Contra viento y pandemia, la muestra musical ha sembrado actuaciones abruptas y fascinantes en bodegas, teatros y monasterios de la comarca

Concierto de Carles Viarnès en el festival Terrer

Concierto de Carles Viarnès en el festival Terrer / periodico

Nando Cruz

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Hay festivales rutina y festivales aventura. Y la aventura del festival Terrer empezó el viernes con una decena de vehículos dando marcha atrás por una pista de tierra que moría en una riera. Los GPS habían dado instrucciones equivocadas y los móviles no tenían cobertura. Era noche cerrada y solo la ayuda de una vecina que paseaba los perros por allí recondujo el rebaño de coches extraviados hasta Mas de Sant Marcell. Unos inversores compraron en 1998 esta masía del siglo XII con intención de montar una bodega. Una década después, con la crisis, la finca volvió a quedar abandonada. Uno de los inversores era Joan Manuel Serrat y el plan implicaba construir un hotel de lujo con dos helipuertos.

Y una vez en Mas Sant Marcell, sorpresa mayúscula. Unas 300 personas asistían a un concierto de indie-rock. La escena era lejanamente familiar. Como de antes del coronavirus. El trío Súper Gegant escupía distorsión velvetiana en un antro oscuro y abovedado. Lo único raro era que la gente estaba sentada en mesas separadas. La bóveda era tan inmensa que más que Sidecar, aquello parecía Razzmatazz. Era la sala de botas de la bodega que nunca fue. Después actuaría Núria Graham, otra que también se perdió camino del concierto. Otra que también quedó fascinada por este subterráneo tesoro arquitectónico.

Un festival con vientos de 90 kilómetros por hora

En realidad, la aventura había comenzado por la mañana. El 'serè', viento seco y frío del noroeste, azotaba con tal fuerza que hubo que reubicar el escenario a cubierto. La velada indie tenía que haberse celebrado junto a las viñas de la finca, pero se trasladó a la bodega, bajo tierra, en el 'underground' del Priorat. Esta comarca ha superado la filoxera, la guerra civil y una de las posguerras más duras. Haría falta algo más que una pandemia y rachas de 90 kilómetros por hora para tumbar la cuarta edición de este festival de música que también propone al público conocer los vinos de Montsant y Priorat y paisajes de la zona.

En el Terrer un fin de semana de conciertos no significa tragarse 80 conciertos en tres días. Si acaso, recorrer 80 kilómetros para ver tres conciertos. Porque cada cual se programa en un pueblo distinto. El sábado al mediodía, el del acordeonista Carles Belda y el juglar Jaume Arnella iba a ser en la ermita de la Mare de Déu de Montsant, a mil metros de altitud. Alguno habría tocado el cielo de una ventada, así que se reubicó en La Morera de Montsant. Allí, su alcaldesa aprovechó para pedir algo tan de justicia como "poder sobrevivir": luz, agua y conexión a la red. El viernes el pueblo sufrió el enésimo apagón. Arnella les cantó un romance de cosecha propia sobre esta comarca en la que la Administración no invirtió en carreteras hasta que los locales ya habían emigrado.

En algunos festivales dejas un concierto a medias para ir a ver otro. Aquí acaba un concierto, copa de vino, vas a comer y conduces media hora entre viñedos escarpados, olivos y curvas cerradas hasta el próximo enclave. En el teatro L’Artesana de Falset Los Sara Fontán presentaban su caudalosa polirritmia violinística con la bailarina Sònia Gómez. Algunos números fueron realmente fascinantes. Apenas nadie conocía al dúo, pero los valiosos silencios y los aplausos finales confirmaron que para el público fue todo un regalo descubrir esta música abrupta, tozuda, turbadora. Bastante prioratina, sí.

Concertista del siglo XXI

El domingo, la guinda: Carles Viarnès, en el refectorio de la Cartuja de Escaladei. El piano de media cola en el centro de esa sala en la que los cartujos se reunían a comer el último día de la semana. A su alrededor, el público. Un día más, entradas agotadas. "No hace falta que apaguéis los móviles: no hay cobertura", anunció el coorganizador del festival. Y Viarnès emprendió ese viaje tan suyo que le permite tocar en el Sónar sin parecer antiguo y en un monasterio del siglo XII, sin parecer futurista. Dilatando, arañando y multiplicando las notas con sintetizadores y efectos. Con muchos aparatos, pero nada aparatoso. La experiencia de oírlo allí no se pagaba, ni por asomo, con el precio de la entrada. ¿Cuántas veces sales de un festival con esa sensación?

Otra imagen insólita a modo de epílogo: ese ligero atasco que se formó a la salida, en el mismo claustro, de gente que quería comprar algún disco.

Terrer no es un festival de lujo vinícola rancio, de esos con gran patrocinio bancario y solemnes propuestas clásicas. La inmensa mayoría del público es de la zona, aunque también se acercan de Reus, Ulldecona y otras localidades con escasa oferta de música en vivo. Las entradas rondan los 20 euros, aunque los habitantes de los pueblos que acogen actuaciones y aportan modestas subvenciones tienen descuentos de un 25%. Es un festival que se financia, sobre todo, con la venta de entradas, aunque también tiene un público fijo, trabajadores de empresas, principalmente bodegas, que brindan pequeños patrocinios y obtienen lotes de entradas. Todo se sustenta en un sutil sistema de siembra y cosecha cultural que en su cuarta edición ya consigue cubrir gastos.

El viernes se celebra el segundo y último fin de semana del festival con conciertos de Joan Garriga, Magalí Sare, Guillem Roma y Biel Majoral, entre otros. La mayoría de entradas han volado. No se espera que vuelva el 'serè'.

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