Opinión | PERIFÉRICOS Y CONSUMIBLES
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Javier García Rodríguez
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Javier García Rodríguez
La hija de la puta
En el relato de Richard Russo, allí donde el profesor del taller pide ficción, la hermana Úrsula desgrana una sarta de verdades que ponen en jaque los conceptos literarios de verdad, realismo y verosimilitud
Leo La hija de la puta, un relato de Richard Russo. Lo protagoniza la hermana Úrsula, “la de andares raros pero inexorables”, que se cuela en una clase de escritura novelística en la universidad. El profesor no consigue evitar que regrese. Tras su primer relato, de carácter autobiográfico, le dice el profesor: “Esta es una clase de narrativa, hermana. Aquí todos somos unos mentirosos”. Y la monja responde: “No se preocupe. Mi vida entera ha sido una mentira”.
En el autobús, frente a mí, dos monjas con hábito negro comen una especie de polvorones blancos de una caja que llevan en su regazo. Una es vieja, esbelta y malencarada. La otra es quizá rubia, pedigüeña y carirredonda. Ambas tienen un cutis perfecto, un cutis que solo puede conseguirse si eres monja. Creo que guardan secretos de cosmética y afeites. Las monjas son alquimistas, dice mi yo dentro de mi cabeza. Pero yo oigo alpinistas debido a que esto sucede justo cuando alguien hace sonar el timbre de parada. Imagino por un momento a unas monjas alpinistas, con hábito y con pies de gato o crampones y piolet. Lo hablo con mi otro yo en un cuchicheo que no parece molestar a las hermanas de la Congregación Himalayista. Ellas siguen a lo suyo, a los mantecados (de Portillo, pone en la caja), que les dejan marcas blancas en los labios y restos en el hábito impecable. Una vez vi a unas monjas hacer running por el Parque de Invierno, le digo a mi otro yo. Con hábito y unas viseras blancas que les daban aspecto de exploradoras del desierto. Primero iba una, muy destacada. Y después un grupito haciendo la goma, como dicen los ciclistas. La monja-líder se mostraba intratable. No había humildad ni compañerismo en su carrera. Me río recordando a Whoopie Golberg cantando "oh happy day".
Allí donde el profesor del taller pide ficción, la hermana Úrsula desgrana una aterradora autobiografía plagada de dolor, abandono, tristeza, mentiras, sacrificios y actos inconfesables. Una sarta de verdades que ponen en jaque los conceptos literarios de verdad, realismo y verosimilitud que manejan su profesor y sus compañeros de clase, tan autoconscientes, y principios y vivencias éticos y morales como la caridad, la verdad o la fe. Acabo el relato. Una de las monjas termina su polvorón blanco. Cierro el libro. Bajo del autobús. De verdad.
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