FESTIVAL DE CINE DE VENECIA

Explotación y abuso de poder según Konchalovsky

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Nando Salvà

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La noche del 25 de febrero de 1964, horas después de proclamarse campeón del mundo de los pesos pesados y días antes de adoptar el nombre Muhammad Ali, Cassius Clay pasó horas en una habitación de hotel junto a la estrella del soul Sam Cooke, el jugador de fútbol americano Jim Brown y el activista Malcolm X. Nadie sabe lo que hicieron ahí dentro pero ‘A night in Miami’, presentada este lunes en la Mostra de Venecia fuera de concurso, da por hecho que discutieron sobre algo que los concernía a los cuatro: la opresión que el hombre negro sufría en Estados Unidos y las distintas formas, a menudo antagónicas, de luchar contra ella. 

Dirigida por la actriz Regina King, ‘A night in Miami’ no se molesta en ocultar su origen teatral, y eso explica que transcurra a la manera de una sucesión de discursos en los que los personajes pelean por sus respectivas posturas. Dicho de otro: es una película más bien rígida y excesivamente didáctica. Pese a esto último, eso sí, King no sucumbe a la tentación de usar el texto como mera excusa para recordarnos que el racismo sigue existiendo. Después de todo, ¿qué falta hace?

El maestro Konchalovski

Por su parte, la película con la que maestro ruso Andréi Konchalovski compite una vez más por el León de Oro, ‘¡Queridos camaradas!’, también es un drama de época inspirado en hechos reales y también habla de formas de explotación y abuso de poder que siguen vigentes cinco décadas después; aquí, en concreto, el asunto son los asesinatos, a manos de las autoridades soviéticas, de 26 civiles que en junio de 1962 se manifestaban en la ciudad de Novorcheskak para protestar por el desabastecimiento y las subidas de los precios.

En todo caso, Konchalovski no trata de ser un alegato sino que funciona como una investigación procedimental, y no pone el foco entre las víctimas sino entre quienes sobre el papel son los perpetradores; de hecho -y quizá esa sea la mayor de sus diversas virtudes-, ‘¡Queridos camaradas!’ logra que empaticemos con burócratas, con oficiales de la KGB y hasta con generales del Ejército, todos ellos atrapados en un aparato estatal laberíntico y aplastante, probablemente no tan distinto del que Vladimir Putin maneja en la actualidad.