CRÍTICA DE CINE

'Una noche de locos': grises aventuras en la gran ciudad

Esta comedia de acción familiar de Netflix logra que una sola noche de peripecias parezca una eternidad

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Juan Manuel Freire

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Con esos chavales envueltos en una aventura urbana y nocturna que les queda grande, 'Una noche de locos' retrotrae inevitablemente a un clásico de los ochenta como 'Aventuras en la gran ciudad', aunque la adolescente aspirante a chelista Clancy (Sadie Stanley), su fantasioso hermano pequeño Kevin (Maxwell Simkins) y sus amigos no cuenten con la supervisión de una niñera resuelta como la interpretada por Elisabeth Shue. También se aprecian trazas de 'Los Goonies', sobre todo por el cuelgue de Kevin con la más crecida Mim (Cree Cicchino), de la que no llega a recibir ningún beso equivocado, por otro lado.

La directora Trish Sie ('Step up all in', 'Dando la nota 3') trata claramente de invocar el espíritu del cine familiar de los ochenta, aunque, en realidad, 'Una noche de locos' aúna también otras modalidades. El objetivo de la aventura juvenil es encontrar a los padres de Clancy y Kevin, Margot (Malin Akerman) y Glen (Ken Marino), capturados por la banda de ladrones a la que solía pertenecer Margot para llevar a cabo un último golpe. Cuando los mayores están por medio, 'Una noche de locos' remite más a una versión especialmente cómica de la saga 'Ocean's' o a odiseas adultas durante-una-sola-noche del estilo de 'Noche de juegos'.

Por desgracia, la película no funciona realmente en ninguna de las variantes y esa única noche se hace bastante eterna: tras un inicio prometedor, Sie apenas recurre al ingenio visual que demostró en sus vídeos para OK Go, y los chistes servidos por la guionista Sarah Rothschild suelen caer en saco roto, pese a los esfuerzos de un reparto con el joven Simkins como Jugador Más Valioso. Ni siquiera la acción aparatosa de la recta final, en la que Akerman nos recuerda que un día fue Espectro De Seda II, logra avivar un pasatiempo de lo más farragoso y anodino.