CRÍTICA DE CINE

'El jardín secreto': los límites del decorado

Una película bella y a ratos intensa, pero lastrada por la metódica correción de su director, Marc Munden

Estrenos de la semana. Tráiler de 'El jardín secreto'

Tráiler de 'El jardín secreto'. / periodico

Quim Casas

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‘El jardín secreto’ es una célebre novela de Frances Hodgson Burnett, medio melodrama romántico medio relato gótico, que fue publicada en 1910 y ha conocido al menos otras dos adaptaciones cinematográficas además de esta: una realizada en 1949 y otra algo más conocida de 1993, dirigida por Agnieszka Holland, escrita por Caroline Thompson (guionista de ‘Eduardo Manostijeras’ y ‘La familia Addams’) y producida por Francis Ford Coppola.

La presente juega las bazas seguras que le proporciona la materia prima literaria: la suntuosidad ahora en declive de una enorme mansión británica situada en una tierra yerma, un páramo neblinoso y ventoso; la relación trágica entre el propietario de la casa (Colin Firth), incapaz de superar la muerte de su esposa, y su hijo enfermo, recluido desde hace años en la cama; y la llegada de una joven sobrina, quien también ha perdido a sus padres en trágicas circunstancias en la India, que insufla nueva vida a todos los personajes.

Marc Munden, procedente de la televisión, es un director frío y correcto. Filma bien el extraordinario decorado, tanto la desatendida casa como el jardín al que alude el título de la historia, pero no captura del todo lo sombrío y lo maravilloso de ambos escenarios. El personaje de Firth resulta algo desatendido, siendo tan clave en el drama como las figuras infantiles baqueteadas por pérdidas dolorosas. Es una película bella, y a ratos intensa, pero el tipo de historia que plantea demanda algo más que metódica corrección.