CRÍTICA DE CINE

'Greener Grass': bilis multicolor

Icult Greener Grass

Icult Greener Grass / periodico

Beatriz Martínez

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Son muchos los referentes que pueden rastrearse en esta admirable obra marciana que es ‘Greener Grass’. La incomodidad de Todd Solondz, la deformación de los suburbios que contenía ‘Eduardo Manostijeras’ de Tim Burton, el surrealismo de David Lynch, el culto camp de John Waters o la estética bizarra que aparecía en el videoclip de Soundgarden ‘Black Hole Sun’. Es decir, la distorsión absoluta en forma de caricatura aberrante del ‘american way of life’. 

Sin embargo, el tándem que forman Jocelyn DeBoer y Dawn Luebbe, detrás y delante de las cámaras, es capaz de reinterpretar todo este cóctel referencial para componer una sátira revulsiva a través de un imaginario propio que bascula entre la comedia y el horror. En definitiva, una de esas películas en las que la risa se congela en el rostro y se convierte en arcada. 

Para la pareja de directoras es sin duda la oportunidad para escarbar en la putrefacción que se esconde detrás de la máscara de las apariencias y los monstruos que genera. Para reflexionar en torno a la farsa de lo políticamente correcto, al conformismo inoculado para matar la diferencia, a la rabia pasivo-agresiva que pulula por el ambiente y se convierte en una nueva forma de cortesía y, en definitiva, para hablar de la insatisfacción como pulsión vital, de la envidia y la sumisión dentro de un sistema perverso. Un caramelo relleno de bilis multicolor.