ESTRENO EN NETFLIX
Crítica de 'La otra Missy': gran cómica, infame película
Lauren Lapkus y su improvisación hiperbólica salvan esta producción de Adam Sandler del desastre absoluto
Juan Manuel Freire
Periodista
Periodista y crítico cultural.
Juan Manuel Freire
'La otra Missy' es un nuevo fruto (amargo) de la colaboración entre Netflix y Happy Madison, la productora de Adam Sandler, quien ha sabido escurrirse del reparto, pero reserva papeles para su mujer Jackie y sus hijas Sunny y Sadie. El protagonista masculino es David Spade, quien ya aprendió líneas de los guionistas Kevin Barnett y Chris Pappas para 'The do-over', universalmente considerada la peor película producida por Sandler para la plataforma de Sarandos.
Lo que Tyler Spindel ha dirigido (es un decir) es básicamente el remake de un remake. Por su localización paradisíaca, su extraña pareja y su trama central, es fácil pensar en 'La otra Missy' como copia al carbón de 'Matrimonio compulsivo', revisión de los Farrelly del clásico de Elaine May 'El rompecorazones'. En aquella, el amilanado personaje de Ben Stiller se daba cuenta de que su esposa era un caso psiquiátrico solo cuando se iban de luna de miel. En 'La otra Missy', otro tipo poco arriesgado, el gris hombre de negocios Tim Morris (Spade), debe compartir una escapada laboral pero idílica con la clase de mujer que no esperaba.
Por esas cosas de los móviles, en lugar de invitar a Hawái a la buena Missy (Molly Sims), antigua Miss Maryland con la que se enrolló en un aeropuerto (vaya con Slade), ha invitado a la otra Missy (Lauren Lapkus), esa mujer estrambótica y ruidosa con la que tuvo una terrible cita a ciegas. Se le presenta un fin de semana embarazoso, sobre todo porque al viaje también va su exprometida (Sarah Chalke), por la que todavía siente devoción.
Un hombre como David Spade debería sentirse halagado por las atenciones de una mujer de dos décadas menos y diez centímetros más que él, por muy estrambótica y ruidosa que fuese, pero no: su personaje esquiva a la otra Missy como gato al agua, al menos hasta que ella revela tener un corazón. Como en el cine de los Farrelly, se busca la mezcla de humor grueso y emotividad sincera, sin afinar realmente en ninguno de los campos.
Como vehículo para el lucimiento de Lapkus, sea como sea, este engendro no defrauda: esta mujer es una genio y demuestra de nuevo, a cada momento, al final de cada línea de guion, su imposible capacidad para la improvisación. Igualmente se hace extraño verla derrochar su talento en una comedia ya no especialmente absurdista ni transgresora, sino mínimamente interesante. Una artista de su calibre merece mejores proyectos.
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