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Crítica de 'La unidad': la lucha contra el terror y lo cotidiano

No hay miedo psicológico, pandemias ni zombis, sino un intento neutro de comprender a los policías en las situaciones límite que se les presentan

Nathalie Poza en una escena de 'La unidad'

Nathalie Poza en una escena de 'La unidad' / MOVISTAR +

QUIM CASAS

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La 'serialidad' televisiva española ha asumido los modos de ciertos mecanismos argumentales y narrativos de la televisión estadounidense. Pero lo que antes era un proceso imitativo, ahora es más personal.

A la espera de 'Antidisturbios', una mirada en crudo de Rodrigo Sorogoyen sobre este cuerpo de la Policía Nacional, llega 'La unidad', miniserie centrada en una unidad especial de antiterrorismo yihadista.

Una trama general (la persecución de una célula islámica que planea un atentado) trufada los problemas personales de los personajes más destacados que forman parte de esa unidad, con mención especial para la comisaria jefa (Nathalie Poza) y el agente de origen argentino (Michel Noher), pareja amorosa en quiebra cuando empieza el relato.

Los creadores de la serie, el director Dani de la Torre y el guionista Alberto Marini, ya habían hecho juntos 'El desconocido' (2015), 'thriller' a velocidad de vértigo. 'La unidad' está más cerca de este filme, aunque con la dilatación propia de la narrativa televisiva, que de otros guiones de Marini centrados en el terror como 'Romasanta', 'Mientras duermes' o 'Summer Camp', sin olvidar que también fue productor de las tres primeras [REC].

Aquí no hay terror psicológico, pandemias ni zombis, sino un intento neutro de comprender a los policías en las situaciones límite que se les presentan. Aunque a rasgos generales podría parecer una visión algo blanda, combina bien los elementos muy cotidianos con los más cuestionables.

Entre los primeros, ese tipo de detalles que humanizan, como el de un policía infiltrado que se queja porque no le pagan los gastos o el hecho de que la agente Míriam, apodada 'Pepinillo' (Marián Álvarez), lleve consigo un voluminoso libro porque se está preparando para las oposiciones.

Entre los segundos, la forma directa, sin cuestionar pero tampoco ensalzar, en la que torturan psicológicamente a un terrorista para sacarle información o la presión a la esposa de un narcotraficante para que colabore con ellos.

Madrid, Melilla, Tánger, Toulouse, Siria, Nigeria, Figueres, Girona, Vigo… El movimiento es contante –tanto que obliga a una sobreabundancia de rótulos que nos sitúan cada dos escenas en un lugar distinto– en esta historia que busca antes el tono trepidante –y creíble– y deja solo algunas ideas desperdigadas sobre la ética policial, los conflictos de género dentro del cuerpo o la corrupción de los políticos.

Y con un momento realmente impactante en el episodio quinto que nos devuelve a una realidad aún presente en nuestra memoria.