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¿Cuál fue tu último concierto?

Actuación de Coqui Ortiz en el Harlem Jazz Club

Actuación de Coqui Ortiz en el Harlem Jazz Club / periodico

Nando Cruz

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El 7 de marzo el cantautor Coqui Ortiz salió de casa, en la ciudad argentina de Resistencia. Tenía por delante 12 horas de carretera hasta Buenos Aires. Allí, otras doce en avión hasta Madrid y otra más hasta Barcelona, donde aterrizó el lunes 9. En la capital catalana le esperaba el escenario jamás previsto: alerta por coronavirus, prohibición de conciertos en grandes recintos y reducción a un tercio de aforo en locales pequeños. El 12 de marzo el festival Barnasants ya había cancelado la mayoría de actuaciones. Pero, ¿qué hacer con la suya? Ortiz había tardado 36 horas en cruzar el planeta para debutar en Barcelona.

Su concierto en el Harlem Jazz Club se mantuvo en pie, pero la incertidumbre ya había paralizado al público argentino y a los barnasantsers. Aunque se anunció la reducción del aforo a 30 personas, al final solo acudieron 13. Segundos antes del inicio del concierto, un responsable del Barnasants requería a cuatro personas que se sentasen separadas para evitar posibles contagios. Aquella noche sonó a chiste. Qué cruel paradoja: un representante del festival más antifranquista de España reviviendo el funesto ‘dispérsense’. Fue el último instante en que el coronavirus estuvo en el aire. Como por arte de magia, en cuanto Coque abrió la boca, la histeria pandémica en que andábamos inmersos se esfumó y nos embarcamos en un sereno viaje a bordo de su guitarra.

Coronavirus 0 – Paraná 4

Resistencia es una ciudad argentina de la provincia del Chaco, próxima ya a la frontera con Paraguay y bañada por el río Paraná. Como tantos cantautores litoraleños, Coqui Ortiz propone una música hondamente impregnada por la vida a orillas del río y esculpe versos con cariño y esmero que hablan de recuerdos, de memoria, del pasado, del paisaje, de búsqueda, de ausencia. “Yo vengo de un barrio añoso / Silencioso, polvoriento / De andar cansino y no miento / Si digo que de mocoso / Me costó salir del pozo / Hasta para ir al colegio”, declamó a modo introductorio. Su evocadora voz sería el hipnótico timón que guiaría la velada mientras acariciaba las cuerdas de su guitarra como si no pretendiese despertarla. El angustioso presente se disponía a encajar la más dulce derrota. “El gentilicio de Resistencia es resistenciano”, informó Coqui Ortiz, pero lo impugnó en cuanto tuvo ocasión: “¡No somos resistencianos, somos resistentes!”.

Chamamés, coplas, milongas, sobrepasos… Ortiz ancló cada canción y género a un lugar o vivencia. Y, como heredero que afirmó ser del saber de los mayores, no dejó de resaltar los nombres de los maestros de los que aprendió todo: Julio Cáceres, Lino Mancuello, Aníbal Sampayo y, por supuesto, Aledo Luis Meloni, poeta centenario de quien regaló jugosas anécdotas personales. “Cuando se muera el coplero / No lo lloren por llorarlo / Que lo llore solo Dios / Si es para resucitarlo”, nos transmitió. En la primer mesa asentía feliz el argentino Guillermo Rizzotto, guitarrista de Rosario que abandonó la orilla del Paraná años atrás para afincarse en Barcelona. Justo detrás suyo, otro argentino filmaba el recital con su móvil. Era el mánager de Coqui, Walter Ángel Bordón.

“Con la música estamos a salvo”, aventuró en cierto momento. Y aunque al decirlo no sonó del todo convencido, acabó resultando de lo más convincente. Aquel paseo musical por el Paraná devino silencioso remanso de paz; quebrado, si acaso, por algún suspiro del público. Cuando interpretó ‘El aquerenciado’, calificativo referido a alguien muy apegado a su hogar, se definió como tal. “¿Qué es lo que más te gusta de viajar? Volver”, dice el chiste. “Yo soy así”, confirmó. También aprovechó la intimidad de la escena para ironizar sobre sí mismo: “Mi madre pensaba que yo llenaría estadios, pero ya ven hoy este estadio está medio vacío”. Antes de dar el recital por concluido, lanzó otra frase que con los días recordaríamos más y más: “El afecto es lo que nos salva”.

Cierre de fronteras

“¿Hay tiempo para una más?”, propuso Ortiz. “Sí. Antes que el coronavirus nos mate”, le apremió una espectadora. Cuando finalizó el recital, su mánager puso al cantautor al corriente de las últimas novedades. Por la cantidad de cedés que se vendieron, casi uno por espectador, cabía intuir que los presentes salieron satisfechos y con ganas de seguir escuchando su voz. Pero el Gobierno argentino había anunciado el cierre de fronteras. Habría que aclarar cuando antes en el consulado si era posible salir de España. Como en thriller cantautoril, pudieron tomar el último vuelo antes de que su país cerrase el espacio aéreo.

Tardaremos en ir a conciertos. También tardaremos en olvidar cuál fue el último que vimos. Pero nadie tardará más en olvidar que Coqui Ortiz y su mánager, que tras atravesar medio planeta aterrizaron en una ciudad preconfinada y volvieron a Argentina con la etiqueta de posibles infectados. El cantautor ha pasado 28 días separado de su familia, a la que solo podía ver a través de una ventana. Lo de Walter ha sido peor: su test dio positivo y después de siete pruebas de resultados contradictorios, sigue en observación. Hace 50 días que salió de su ciudad camino de aquel concierto en el Barnasants. Inolvidable, sí.