SANT JORDI CONFINADO

La maldición de publicar en tiempos de pandemia

Escritores que aterrizaron en las librerías justo antes del confinamiento desmenuzan su contrariedad y explican las estrategias de promoción que han tenido que desplegar desde los salones de sus casas

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Mauricio Bernal

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Martín Caparrós llegó a Buenos Aires el 6 o 7 de marzo; ya no se acuerda bien; en aquellos días en que el coronavirus era una amenaza aún borrosa; en que no se sabía cuál sería el alcance de todo. En España y un puñado de países latinoamericanos acababa de llegar a las librerías su última novela, 'Sinfín' (Literatura Random House), y Caparrós estaba inmerso en la promoción. Ya había hecho presentaciones en Madrid y Barcelona y empezaba la gira latinoamericana por su tierra de nacimiento; luego iría a Chile y Colombia. "Tuve tres o cuatro días de entrevistas y recuerdo que algunos periodistas no quisieron verse conmigo. Me sorprendió. Yo pensaba: 'Pero qué les pasa'". Entonces todo se precipitó: el jueves de esa semana, el Gobierno argentino decretó la cuarentena para todos los que llegaban de países de riesgo, como España. Enseguida, Chile cerró fronteras y Colombia decretó la cuarentena para toda la población. Como pudo, Caparrós escapó en uno de los últimos vuelos a Madrid.

Ahora se contentan con una promoción virtual que siempre será esencialmente un sucedáneo

Es un ejemplo explícito de un escritor en plena labor de difusión de su libro afectado por la crisis del coronavirus; literalmente huyendo de ella. Muchos están en la misma situación. Publicaron sus obras justo antes de que todo se volviera techo y cuatro paredes, mascarillas, alarma o emergencia; y ahora se contentan con una promoción virtual que hacen con la mejor voluntad, pero que siempre será esencialmente un sucedáneo. Sant Jordi es la máxima expresión de todo esto: la gran fiesta del contacto entre escritores y lectores ha sido en el mejor de los casos pospuesta por la crisis. Lo que habrá este jueves será un Sant Jordi virtual, o digital, pero no es lo mismo. Era el peor momento para publicar, pero quién podía saberlo.

Vuelos cortos

El comienzo del confinamiento marcó un antes y un después. Antes era el tiempo de la ilusión: un libro recién publicado y la luminosa perspectiva de presentaciones, charlas, entrevistas, ventas, lectores. Un momento dulce. Olga Merino publicó 'La forastera' (Alfaguara) el 20 de febrero. Entonces había registro de unos pocos casos en Italia. La veloz dispersión del virus apenas le dio tiempo de presentar la novela en Madrid y Barcelona, en un Café Comercial y una librería Laie llenos de seres humanos como probablemente no lo volverán a estar en mucho tiempo. "Tuvo un vuelo cortísimo", se lamenta la escritora barcelonesa. Caparrós puede decir otro tanto: una presentación en cada ciudad, unas cuantas entrevistas y poco más.

Otros no llegaron ni a eso: Eva Baltasar publicó su segunda novela, 'Boulder' (Club Editor, Literatura Random House en castellano) el 11 de marzo, dos días antes del anuncio de confinamiento. "La iba a presentar el 13 en la librería Calders, pero a última hora el acto se canceló", recuerda la poeta y novelista barcelonesa. Es probablemente a lo que se refiere Almudena Grandes cuando explica que, "en medio de todo", se considera "afortunada por haber publicado en febrero". "Tengo amigos que han publicado en marzo y cuyos libros ahora mismo son prácticamente clandestinos. El mío al menos la gente se enteró de que existía", dice. Fue a principios de febrero: el día 4, la escritora madrileña llegó a las librerías españolas con 'La madre de Frankenstein' (Tusquets), su nueva novela del ciclo dedicado a la posguerra.

Explotación virtual

El después es el tiempo de la perplejidad; del pesimismo. Cortada de raíz la posibilidad de presentaciones, entrevistas a la vera de un café, clubs de lectura y todo lo de cuerpo presente que implica la difusión de un libro, los escritores han tenido que plegarse al imperio en auge de internet. "Vídeos. He tenido que hacer muchos vídeos", dice la barcelonesa Ada Castells, que en febrero publicó 'Madre' (Navona), la traducción al castellano de 'Mare' (La Campana), editada el año pasado. "Te llaman y te dicen que grabes un vídeo de tantos minutos sobre tu libro. Algunos te mandan preguntas y otros no. Al final me he convertido en una experta". La mayoría de escritores están pisando territorios tecnológicamente desconocidos. Merino ha abierto por primera vez una cuenta en Instagram y ha tenido que cultivarse en los entresijos del Zoom, la aplicación para videoconferencias que el coronavirus ha puesto en boga. "No se me dan bien las tecnologías –dice–, pero no me iba a quedar sentada sin hacer nada. Aunque dudas de la efectividad. A veces me siento como un náufrago tirando una botella al mar".

Caparrós señala la dimensión global de la promoción por internet: "En una presentación normal toda la gente es local"

"Esto de la promoción virtual es una explotación", dice Grandes. "A mí me está cambiando el oficio. De producir libros he pasado a producir vídeos, mejor dicho, a producirme a mí misma. Me paso la vida haciendo cosas". Baltasar cuenta que ha hecho "un montón de entrevistas a través del correo electrónico", y actividades virtuales como "una mini presentación en Instagram". "He aprendido a usar el skype", dice, y explica que estos días estaba pendiente de instalar una aplicación para hacer entrevistas por radio. "Para mí no es cómodo, evidentemente me gusta más el trato directo con la gente, pero me dejo llevar, me adapto".

Libros que no existen

Aunque no todo es incierto o incómodo, o intrínsecamente malo. Entre todas las actividades que ha hecho, obligado por las circunstancias, por internet, Caparrós tuvo hace poco una charla con lectores vía twitter que lo hizo reflexionar sobre "la dimensión global de este tipo de promoción". "Me impresionó –explica–. Sobre todo cuando la gente decía desde dónde estaban participando, porque resulta que estaban desperdigados por todas partes de América. Era todo lo contrario de lo que ocurre en una presentación normal, en la que toda la gente es local". Caparrós y todos participarán de una manera u otra en este Sant Jordi virtual y anómalo al que obliga el confinamiento. Cada uno tiene una agenda más o menos apretada. Firmas virtuales. Charlas con los lectores. Conversaciones. Desde las cuatro paredes de sus casas.

"Tengo la impresión de que mi libro existe y no existe a la vez", dice el poeta José María Micó

Son tiempos extraños, por decirlo suavemente; para todos, incluidos los escritores; incluidos los libros. "Yo siento una perplejidad muy grande por no saber exactamente qué hacer, porque tengo la impresión de que mi libro existe y no existe a la vez", dice José María Micó, que publicó a mediados de febrero 'Primeras voluntades' (Acantilado), recopilación y reordenación de su obra poética. "Estos días estamos teniendo noticia de muchas cosas que no llegamos a ver, ni a tocar, ni a oler, entre ellas los libros". Micó, como los demás, viene siendo regularmente informado de la cancelación de los actos previstos para la promoción, incluidos festivales como el Tres de Granada, donde tendría que haber estado esta semana; como todos, está volcado en la difusión por internet. "Van saliendo cosas adaptadas a las circunstancias".

"Mientras las librerías estén cerradas –dice Grandes–, estamos llamando la atención sobre un libro que no existe, porque la gente no puede salir a la calle a comprarlo. Nuestro ánimo cambiará un poco cuando abran las librerías". La escritora madrileña se consuela con los datos que indican que ha aumentado la venta de libros electrónicos; aunque, de nuevo, no es lo mismo. "Lo que más me duele es no poder estar en Barcelona para Sant Jordi", lamenta.

Un antes de campo y playa

La escritura de un libro es una experiencia que se vive por etapas: la idea que se materializa un día, la maduración de esa idea en la cabeza; el plan previo, el esbozo de los personajes y de la historia; la escritura en sí misma; la angustia porque las cosas no salen como se pensaba; las correcciones; lo que se elimina y lo que se agrega. El punto final, algún día feliz. Ahora, visto con perspectiva, aquellos días parece que pertenecen a otro planeta. Baltasar escribía por las mañanas y luego salía dar un paseo por el campo de Cardedeu. Caparrós bajaba un par de veces al centro de Madrid a ver a los amigos. Merino salía a dar un paseo cuando alguna escena se le atascaba. Micó iba a la universidad a dictar clases. Castells nadaba y cantaba en la coral. Grandes aparcaba por un rato la escritura y cocinaba para sus hijos cuando los fines de semana iban a visitarla. Todo ello pertenece ahora a un pasado que se antoja remoto, y pertenece, a la vez, a la incertidumbre del futuro. ¿Podrán volver a hacer todo eso? ¿Cuándo podrán hacerlo? Sus obras las acabaron en un tiempo en que todo era normal y las publicaron en un tiempo anormal; en un mundo radicalmente distinto.

Acabaron sus obras en un tiempo normal y ahora las promocionan en un mundo distinto

Los estados de ánimo son variados. "Nostalgia", dice Grandes. "Perplejidad", dice Micó. "Hay que adaptarse", dice Baltasar. Pero a todos los une la misma conciencia de que no son tiempos de grandes alegrías. "La bola de cristal está oscura, no se ve nada. Y no hablo solo de mi libro, hablo del sector editorial en general", dice Merino. "Hacía ocho años que no publicaba y me apetecía mucho, y después de ocho años, jolín, que te toque esto, es como la ley de Murphy al cubo". "Tienes –dice Caparrós– la sensación de que tu libro está fresquito, pero momificado en esas pirámides en que se han convertido las librerías. Todos nos consolamos pensando que vamos a recuperar el tiempo perdido, pero todos sabemos que el tiempo no se recupera".