HOTEL CADOGAN (19)
Conrad y el horror colonial
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
A causa de la cuarentena, un grupo de señores victorianos, muy tiesos y barbudos ellos, abarrota todas las tardes el salón de fumadores conversando entre susurros, como si quisieran escamotear algún secreto, sobre un cargamento de marfil extraviado en las profundidades de la selva. Charlan, fuman y beben, que si ahora clarete, que si luego unas copas de oporto y queso Stilton, con lo que tienen al servicio de los nervios, porque se agotan las vituallas y alguien tendrá que acercarse enmascarado hasta el ‘grocery’ a repostarlas.
Será el encierro lo que les espolea el ansia de aventuras, de escuchar embelesados a un caballero de baja estatura pero muy dandi, de gestualidad nerviosa y ojos brillantes. El hombre habla con un marcado acento polaco pero, caramba, con qué maestría despliega la panoplia de verbos en inglés para describir los destellos que arranca un sol despiadado en elpaisaje y el agua del río (‘gleam’, ‘glitter’, ‘glimmer’, ‘glow’). El señor se llama Józef Teodor Konrad Korzeniowski, conocido como Joseph Conrad por amigos y devotos.
'El corazón de las tinieblas' remonta el río Congo y se zambulle en las profundidades más turbias del ser
Tendría unos 9 años cuando Conrad vio, en el despacho de su padre, un mapa de África con un inmenso parche en el centro, un borrón en blanco sencillamente porque Stanley, el explorador que encontró al desaparecido misionero (“¿El doctor Livingstone, supongo?”), aún no había llegadoal corazón del continente negro en 1868. La mancha vacía zarandeó su imaginación infantil: “Cuando sea mayor iré hasta allí”. Dos décadas después efectuó su crucial viaje hacia aquella tierra ignota, al mando de “un desdichado vaporcito con rueda de paletas a popa”. Había entrado al servicio de la compañía fluvial encargada de la explotación del Congo belga, entonces coto privado del rey Leopoldo II, una experiencia de la que extrajo una veta diamantina para escribir su obra cumbre, ‘El corazón de las tinieblas’ (1902).
Marlow, un capitán de barco inglés y trasunto de Conrad, remonta el río Congo para buscar a Kurtz, un oficial de alto rango de quien se dice que está muy enfermo, medio loco, devorado por la selva y la rapacidad del sistema colonial. Pero, más allá de la superficie, la novela es un viaje al fondo del alma humana y sus claroscuros, una reflexión sobre la soledad y la difícil prueba de carácter a la que se somete al individuo en el aislamiento.
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