OTROS ESCENARIOS POSIBLES
Alianzas desde el exilio
La asociación cultural El Pumarejo, expulsada de Vallcarca, acogió en su nueva sede una velada de sonidos industriales organizada por Màgia Roja, otro colectivo expulsado de Gràcia
En septiembre de 2018, la asociación cultural El Pumarejo cerró las puertas de su local en Vallcarca. El propietario del edificio quería derribarlo para construir pisos. Tras dos años de periplo, el pasado otoño encontró nueva ubicación en una zona de naves industriales de L’Hospitalet. Aquella vieja fábrica de maderas de la avenida del Carrilet que durante varias temporadas fue una iglesia evangélica, el Centro Cristiano para pa Familia, ha visto resucitar El Pumarejo.
Un neón ilumina la puerta de la Nave 4 del callejón sin salida que se abre a la altura del número 187. La ilumina, y se agradece, porque la avenida está desierta una noche de viernes, pero no indica qué hay dentro. Al entrar la cosa queda más clara: sobre todo, después de abonar los dos euros que permiten hacerse socio de El Pumarejo durante un año. Pero el verdadero asombro llega al cruzar una segunda puerta. El nuevo Pumarejo es un lugar extrañamente familiar: mezcla de la Factory neoyorquina que alumbró a la Velvet Underground y la sala Garatge de Poble Nou que en los años 90 también emergió más allá de los límites de lo que se entonces consideraba la Barcelona civilizada.
Galería multiusos
Ese suelo de cemento desnudo y algunos detalles decorativos esparcidos a lo largo y ancho de la fábrica como esa lámpara de mesa, aquella repisa de madera con forma de quilla de barco donde reposan varias plantas y una grada de tres niveles recién armada para que la gente se pueda sentar, confieren al inmenso local un aire de galería multiusos en la que todo podría ocurrir.
El Pumarejo lo constituye un núcleo de cuatro personas, más un puñado de colaboradores. La indemnización que recibieron para abandonar el local de Vallcarca, pese a tener aún cinco años de contrato, les ha permitido embarcarse en otro alquiler y acometer las obras de adecuación del espacio. Desde que abrió hace medio año, han celebrado cerca de 60 actividades y han sumado más de 2.000 socios. Hoy se afiliarán varios más ya que buena parte del público pisa por primera vez el local atraído por una velada comisariada por Màgia Roja. A esta otra asociación cultural del barrio de Gràcia le venció el contrato de alquiler en diciembre y, aunque ofreció pagar el triple, el dueño los echó. Mientras encuentran nuevo hogar, programan eventos de forma itinerante. Su condición de asociaciones culturales en el exilio ha hermanado a El Pumarejo y Màgia Roja en L’Hospitalet. Y mira por dónde, la fábrica volverá a tener uso industrial.
Dispositivo austero
El primero en actuar será Jaco, un 'crooner' sofocado a medio camino entre Alan Vega de Suicide y Josetxo Anitua de Cancer Moon, lanzando ritmos metálicos y azotando una lámina de hierro con su cuchillo. Su dispositivo escénico no puede ser más austero: toda su cacharrería electrónica reposa en una plancha de madera aglomerada que a su vez está apoyada en un barril de lubricante Motul. Frente al escenario se oyen conversaciones en francés y otros idiomas. En la barra, cervezas y vinos a dos euros. Pronto entrará en funcionamiento la sandwichería que ofrece biquinis de cebolla y champiñones a cuatro.
La amplitud del local genera una inédita sensación de 'underground' holgado, pero cuando salga a escena el dúo Dame Área la nave ya no estará tan fría. Ayuda el humo rojo que desborda el escenario. Y que casi todo el público conoce a Viktor y Silvia, miembros también del núcleo motor de Màgia Roja. Su sonido, oscuro pero más rítmico, propaga el baile. Los alaridos de Silvia sacuden la nave y el callejón. Silvia baja del escenario a bailar entre el público. "Yo puedo, yo quiero", grita. Imposible sentirse espectador pasivo. Espacios así transmiten una inequívoca y contagiosa sensación de inmediatez, de nervio, de vida.
Ritmos sin patrón ni piedad
Todo lo experimentado hasta el momento parece no tener cabida en una Barcelona que expulsa cualquier amago de arte radical o marginal no monetizable. Pero lo más deslumbrante llega ahora. Un proyector al fondo del escenario dispara haces de luz que dibujan imágenes en una pantalla rectangular suspendida del techo. Sonidos atronadores trepanados ponen a prueba el equipo de sonido. El trío israelí WackelKontakt ya está en escena y el público agita sus cuerpos al son de sus ritmos sin patrón ni piedad. Esa de ahí es Arca, artista venezolana transgénero cuya producción ha sido propulsada desde festivales como Sónar y que al mudarse a Barcelona encontró en Màgia Roja un refugio hermano en el que alimentar su voracidad experimental. Tiempo atrás incluso llevó de visita a su amiga Björk cuando el local estaba en Gràcia. Esta noche ha seguido el rastro de la asociación cultural hasta esta nave industrial de L’Hospitalet.
Entre arabescos, distorsiones, alaridos y efectos, la voz de la cantante muta de tono masculino a femenino, acentuando esa voluntad del trío de triturar toda clase fronteras. Los haces de luz inundan la sala. La hormigonera de trap industrial, rap psicótico y hardcore digital sigue engullendo géneros. Juan Luis, miembro de la cúpula pumareja, se sincera ante Viktor. "¡Gracias por traernos esta mierda! ¡Es increíble!", exclama con los ojos fuera de las órbitas. Al acabar el concierto, se palpa en el ambiente esa sensación de euforia que te invade tras haber presenciado algo excepcional. Sigue la fiesta en el antiguo Centro Cristiano para la Familia. El 'discjockey' pincha una del dúo belga de techno industrial Techno Thriller. 'Witches never die', se titula. Las brujas nunca mueren.
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