RING LITERARIO

Marcel Proust contra Jean Lorrain

Un autor decadente francés reta a un duelo a un crítico decadente francés por haberle 'outeado' ante todo París. Su justa termina en algo sacado de 'Agárralo como puedas'

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Kiko Amat

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Norman Mailer comparaba el oficio de escritor al de púgil: pasas media vida dándole al puchingbol en tu rincón, un día sales al ring y los críticos te destrozan. Para que esa imagen fuese del todo acertada, Mailer debería haber añadido que sales atado de pies y manos, desnudo, con los ojos vendados y una diana en los colgajos. Pero no siempre fue así. El 5 de febrero de 1897, un escritor francés trató de poner fin a una infamia crítico-troleante del único modo que Dios ve con buenos ojos: pegándole un tiro al calumniador.

Marcel Proust era un novelista con cara de malo de cine mudo, ojos adormilados y rizo Clark Kent que años después se haría famoso por su bolsilibro de aventuras 'En busca del tiempo perdido'. En 1986 acababa de publicar 'Los placeres y los días', una colección de poemas en prosa y retratitos decadentes. Jean Lorrain era un bilioso poeta simbolista, pisaverde bigotón, malmetedor profesional, adicto al éter y sifilítico, que olía a pachulí y, con sus orejas abisagradas, parecía que llevase una boina invisible. Lorrain se había labrado reputación de temible y "ácido" en el único medio en que una tísica rata de biblioteca como él podría hacerlo: la crítica literaria. Y llegó el día en que le tocó criticar 'Los placeres y los días'.

Lorrain no solo dijo que la obra era pestilente, sino que sacó a la luz que Proust era homosexual y mantenía un idilio con Lucien Daudet, hijo del escritor Alphonse Daudet (prologuista del libro). El crítico, con sus "gruesos labios babosos, que escupían y goteaban durante su discurso" (Daudet dixit), afirmó además que papaíto Daudet prologaba el libro por capricho del hijo. 'Outing' monstruoso + acusación de endogamia infame en una sola criticucha. Y encima de la mano de alguien a quien llamaban 'El embajador de Sodoma'.

Proust era homosexual, sin duda, pero a) no le gustaba que se fuese diciendo, b) especialmente si lo hacía un esteta perfumado y muñeca-gomosa como Lorrain y c) tal vez le hubiese gustado decidir él mismo el día en que su madre se enteraba. Según fueron las cosas, su madre se enteró a la vez que todo París. Proust hizo lo que todos los novelistas deberíamos hacer tras una mala crítica: retar al pérfido vilipendiador a un duelo de pistolas.

Siendo ambos dandis franchutes, el duelo terminó en ópera bufa. El día anterior, Proust fue boqueando que solo esperaba que el duelo fuese al mediodía, porque no quería madrugar (todos sabemos que pasó la noche en vela, haciendo testamento y sollozando en la almohada). Los dos duelistas se citaron, acicalados como peluqueros ye-yé, en el bosque de Meudon. Proust disparó primero, y le dio justo al suelo. Lorrain apuntó a una zona aérea indeterminada y allí colocó su bala. Desafiando toda lógica, los testigos declararon que el honor de ambos había sido lavado, y lo mismo publicaron los periódicos. Nadie les hizo repetir el duelo hasta que se hubiese llegado a un desenlace satisfactorio (preferentemente con el crítico criando malvas). Y por eso hoy estamos como estamos, si me preguntan.