La larga y arrebatada historia de encuentros y desencuentros entre Pedro Almodóvar y la Academia del Cine, repleta de afrentas y desaires desde que ‘La ley del deseo’ (1987) se quedó sin siquiera una nominación, vivió este sábado en Málaga uno de sus episodios más fértiles y felices. ‘Dolor y gloria’, el sensible viaje por la vida y obra del genio manchego, conquistó siete Goya, entre ellos los de mayor tronío: mejor película, mejor director, mejor guion y mejor actor para Antonio Banderas, un póquer triunfal con inequívoco aire de justicia, porque a pesar del impulso final de ‘La trinchera infinita’ tras su victoria en los premios Forqué, que hizo subir como la espuma su cotización en las últimas apuestas, o de las 15 imponentes nominaciones de ‘Mientras dure la guerra’, no había película que mereciera más la gloria que la de Almodóvar, un emocionante ejercicio de catarsis y reconciliación personal, seguramente una de las mejores –sí al menos la más confesional- obras de su vasta carrera.
El cine español se vistió de tiros largos para celebrar la 34ª edición de los Goya. Un festejo al que la lluvia, insistente y severa durante casi toda la jornada, no consiguió deslucir su capacidad de fascinación. Es lo que tiene cuando por la alfombra roja se pasean más estrellas que en el cielo, prácticamente todo el 'star system' del cine patrio, ese universo que va de Antonio Banderas a los Javis, de Penélope Cruz a Greta Fernández.
Banderas, precisamente, se llevó, como estaba escrito en todas las quinielas, el Goya al mejor actor por su maravilloso trabajo como alter ego de Almodóvar en 'Dolor y gloria'. El premio a la mejor actriz, que no tenía pronóstico claro, acabó recayendo en Belén Cuesta, sobrecogedora en 'La trinchera infinita'. Eduard Fernández se alzó con el premio a mejor actor de reparto por su transformación en Millán-Astray en 'Mientras dure la guerra'; y Julieta Serrano hizo lo propio como actriz de reparto por otro trasunto, en este caso de la madre de Almodóvar. En total, y a modo de balance, fueron siete Goya para 'Dolor y gloria', cinco para 'Mientras dure la guerra', y dos para 'La trinchera infinita', 'Intemperie' y 'Lo que arde'. Un reparto con poca discusión posible.
Buenafuente y Abril
Después de una primera visita a Barcelona en el 2000 y de una segunda a Sevilla en el 2019, los Goya salieron de Madrid por tercera vez en su historia para esta 34ª edición, cuya gala volvió a tener a Andreu Buenafuente y Sílvia Abril como maestros de ceremonias. El arranque de la gala fue brillante, con un número músical que repasó -y reivindicó- la historia del cine español y algunas gracias y ocurrencias de la pareja catalana de cómicos; pero con el paso de los minutos, más bien el paso de las horas, el ritmo fue decayendo hasta convertir la fiesta en un plato indigesto, simplemente interminable.
Tras la fabulosa aparición de Benedicta Sánchez, de 84 años, como del Goya a la mejor actriz revelación por su trabajo en la hipnótica 'Lo que arde', uno de los momentos más esperados de la velada, por emotivo, era la posible presencia de Pepa Flores para recoger el Goya de Honor. Era más que previsible que la legendaria actriz y cantante no acudiera, pues vive en un retiro voluntario desde hace más de tres décadas, alejada a años luz del oropel y la vida social. Y, en efecto, horas antes de la gala, las hijas de Marisol, Celia Flores y María Esteve, informaban a través de Instagram de que su madre, finalmente, no acudiría. Ausente Pepa, Amaia rompía los corazones con su refinada interpretación de 'La canción de Marisol', compuesta por Augusto Algueró para la película 'Ha llegado un ángel'.
La gala de los Goya contó con la presencia de Pedro Sánchez, primer presidente del Gobierno que acude a la fiesta del cine desde que José Luis Rodríguez Zapatero lo hiciera en un lejano 2005. Nunca se vio por aquí, en cambio, a Mariano Rajoy. Mariano Barroso, presidente de la Academia, celebró los buenos datos de taquilla del cine español del 2019, «segundo mejor dato de la pasada década», y reivindicó el trabajo de esos profesionales del cine «para quienes el glamur es un espejismo».
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