OTROS ESCENARIOS POSIBLES

Sermón flamenco para turistas

El guitarrista barcelonés Pedro Javier González ofrece cada temporada 50 recitales en la Basílica de Santa Maria del Pi

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Nando Cruz

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Un migrante africano toca sentado en la entrada de la heladería Osterhase de la plaza del Pi. Ha anochecido. Más que interpretar canciones, conversa con su guitarra. Acariciando las cuerdas esboza un paisaje lejano que completa murmullando versos a los que nadie en la terraza presta atención. Su música, cansada y solitaria, provoca un dulce pellizco de melancolía. A los pies ha colocado un vaso de cartón por si alguien quiere echar una moneda. Si lo ve la policía, tendrá problemas. Aunque estos días la policía tiene otros asuntos que atender.

En la esquina opuesta de la plaza, un hombre reparte folletos de otro recital de guitarra. Este cuesta 23 euros y es a cubierto: en la Capella de la Puríssima Sang de la Basílica de Santa Maria del Pi que la iglesia tiene alquilada al ciclo de conciertos ‘Maestros de la guitarra’. El maestro de hoy será Pedro Javier González. Él introdujo en el arte flamenco a decenas de miles de seguidores de El Último de la Fila, pero hace años ya que dejó las giras con Manolo García y desde 2017 ofrece unos 50 recitales por temporada en esta basílica. Su público es principalmente extranjero, sí, como también sucede en incontables conciertos de artistas internacionales y en los macrofestivales más cool de Barcelona.

Dos hombres de rasgos orientales entran decididos. La mitad de bancos están ocupados por turistas que conversan principalmente en inglés y en voz baja. La capilla del siglo XV, presidida por una imponente talla de un Cristo crucificado, no invita al jolgorio. El acomodador prende con un mando a distancia la estufa halógena atornillada en el muro a cuatro metros de altura. Una mujer alemana avanza hacia el altar y desaparece camino del lavabo por una puerta que hay a la derecha. Por esta misma puerta aparecerá Pedro Javier González cuando las campanas de la iglesia anuncien que son las nueve en punto.

Una rondeña para empezar

“OK, buenas noches”, resume González tras los aplausos de bienvenida. Y a continuación explica, solo en castellano, que hará un paseo por el mundo de la guitarra flamenca empezando por la que muchos consideran la primera composición concebida como pieza para solista tras décadas y décadas en que la única misión del tocaor flamenco fue acompañar el cante y el baile. Es la rondeña de Ramón Montoya, informa. El público aplaude educado y enmudece. La música se expande por la capilla, la envuelve. La basílica se transforma en una hermética cápsula gótica. Emprendemos un viaje por los confines del flamenco.

Los sermones de Pedro Javier en Santa Maria del Pi siempre son una incógnita. Algunos días apenas hay 40 espectadores. Otros, se juntan 80. Y en fechas excepcionales, hasta 120, lo cual obliga a habilitar la zona de butacas del piso superior. Hoy los turistas guardan un silencio sepulcral. No cuchichean ni cuando el guitarrista afina las cuerdas. Nadie lo ha exigido al inicio del espectáculo, pero no sonará ni un móvil. Y sólo dos personas lo sacarán para grabar alguna escena. Las demás disfrutan atónitas de cada detalle. Se concentran en el movimiento de las falanges de cada dedo del tocaor, se dejan mecer por ese dulce vals del Niño Miguel, se fijan en cómo González se seca el sudor de la mano con ayuda del pantalón y saborean la excepcional acústica de la capilla.

La luminosa vitalidad de la farruca de Sabicas y del zapateado de Esteban de Sanlúcar contrasta con los oscuros y lúgubres cuadros que decoran la capilla. González presenta los títulos en castellano, ajusta las clavijas buscando la afinación adecuada, entorna los ojos y pellizca las cuerdas palpando nuevos recovecos sonoros de unas piezas que habrá interpretado infinidad de veces. No volverá a abrir los ojos hasta el último acorde. Y mirando al público lo ejecutará con el único artificio que se concede, dando a entender que la pieza concluye y que ‘esto va por ustedes’. El público capta el guiño y aplaude a rabiar. 

Un pequeño reloj que solo puede ver él, le marca la hora. A partir del tiempo que falta para cumplir la hora de concierto, decide qué piezas interpretar, cuáles descartar y cuánto extenderse en cada una de ellas. Así, irán escogiendo composiciones de Moraíto Chico y Paco de Lucía, a quien presenta como “el hombre que más hizo por la guitarra en menos tiempo”. También, algún título de autoría propia como ‘Pino del llano’ y ‘Pueblo blanco’. Y con ‘Jerez en fiestas’ se recrea en un toque más percusivo y vistoso que anuncia el final.

'María de la O' para acabar

Son las diez en punto. Pedro Javier agradece al público que haya escuchado con tanta atención “una música que no es muy famosa, pero es muy bonita”. Y de regalo, la pieza más reconocible y menos flamenca: ‘María de la O’. Es la concesión más popular de un recital sin concesiones. Una lección de historia del flamenco que atrae diariamente a turistas de medio mundo y que también podrían disfrutar los locales. Porque esto no es un show para guiris en el sentido despectivo del término. No es un surtido de tapas rancias.

Las luces de la capilla se encienden cuando el eco de la guitarra aún no se ha extinguido. Hay que desalojar. Pedro Javier anuncia, ahora sí, in english, que firmará discos y posará para fotos. Y acto seguido recorre el pasillo central al trote hasta la entrada. El público hará más fotos que gasto, pero un turista que dice ser guitarrista se llevará dos cedés. Cuando ya no queda nadie, González se relaja. “Bueno, voy a quitarme ya el disfraz”, bromea, refiriéndose a su negrísima camisa. Es la misma que lucirá en todos los pases que le esperan en 2020. Esta semana tiene cinco: de miércoles a domingo.