LOCURA GALÁCTICA

Star Wars: 26 horas seguidas en una galaxia lejana

Sesenta y nueve personas asisten en los cines Balmes de Barcelona a la Maratón Star Wars, que enlazaba el estreno de 'El ascenso de Skywalker' con las anteriores películas de la saga

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Mauricio Bernal

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Son las ocho de la mañana con algunos minutos cuando en la sala 9 de los cines Balmes el Halcón Milenario consigue escapar, Darth Vader se queda con un palmo de narices y 'El Imperio contraataca' desemboca en su sonriente final. La gente aplaude. Apartan la manta y se desperezan. Han llegado enteros al final de la quinta película y lentamente, prisioneros de un sopor feliz, desfilan hacia la cafetería, donde les espera el desayuno: churros con chocolate. Algo más de 13 horas han transcurrido desde que tomaron asiento por primera vez en la sala para ver el 'Episodio I: La amenaza fantasma', a las siete de la tarde del miércoles. Luego vinieron 'El ataque de los clones' (nueve de la noche), 'La venganza de los Sith' (una de la mañana, ya era jueves), 'Una nueva esperanza' (tres y media) y, a las seis, 'El Imperio contraataca'. La Maratón Star Wars, que es el paraguas bajo el que ocurre todo esto, duraría según las previsiones 26 horas, de modo que iban por la mitad.

La entrada incluye uno churros con chocolate que los asistentes devoran tras 13 horas de saga galáctica

En el camino a la cafetería las caras son de sueño. "Empiezo a estar cansado…", dice alguien. No se ve a nadie armado con una espada láser ni disfrazado de Chewbacca o de soldado de las tropas de asalto del Imperio, como podría esperarse, y la razón es que engullir 26 horas seguidas de saga espacial, sin apenas dormir, algunas veces con galletas y palomitas por toda alimentación, es una muestra de devoción determinada por un sentido práctico: la premisa es aguantar, y se aguanta mejor en chándal y zapatillas que transpirando angustiosamente bajo el peso de varios kilos de pelo 'wookie'. Es ese sentido práctico el que regala, por ejemplo, la imagen de un maratoniano que baja por el chocolate y los churros en pijama y pantuflas, como si estuviera en su casa.

Voraces pantagruélicos

Los estrenos de Star Wars se han convertido en la clase de acontecimiento del cual resulta difícil no enterarse, salvo para quienes viven en cuevas y alejados de todo -que no es tan mala idea-. Como es, por tanto, bien sabido, el de la última entrega de la tercera trilogía, 'El ascenso de Skywalker' (el episodio IX de la saga), tenía lugar este jueves, y para darle a la hora oficial la condición de Hora D, de final de algo, varios cines de Barcelona programaron maratones Star Wars primorosamente calculadas para encadenar con la puesta de largo. Había de dos tipos: las razonables de tres películas (episodios VII, VIII y IX), para gente con apetito, y las imponentes de nueve, todos los episodios, para gente de voracidad pantagruélica. La de los Balmes era para pantagruélicos. ¡"Ven al Maratón Star Wars de Balmes Multicines y llévate estos regalos!", rezaba la publicidad. Por una entrada que costaba algo más de 33 euros, los entusiastas de la saga se llevaban una taza de Darth Vader o de soldado imperial; un póster, una pulsera, una manta -todo de Star Wars- y los churros con chocolate. Fueron 69 personas.

"Ver las nueve películas seguidas da una perspectiva distinta", dice una de las asistentes

Aparte de, por supuesto, creer firmemente en la Fuerza y tenerla de su parte -no de otra manera es verosímil invertir 26 horas en semejante empresa-, el perfil del voraz pantagruélico es tan plural, variado y disímil que en realidad no hay perfil. Había gente de 20, gente de 30 y gente de 40. Había hasta alguien de 60. Estudiantes, aparejadores y periodistas. Algunos iban solos, otros en pareja, otros en grupos de tres o cuatro. La gran mayoría ya habían visto todo lo que iban a ver, algunos varias veces, en el cine y en sus casas, y algunos en sesión continua, bien la primera trilogía, bien la segunda, bien las dos seguidas. "Pero ver las nueve le da a uno una perspectiva distinta, permite conectar las cosas, entenderlo todo de otra manera", decía Catalina Giraldo, ojerosa, mojando los churros en el chocolate. "Y además, es un regalo verlas en una sala".

Faltaba aún media maratón, pero nadie se planteaba desertar. Mal dormidos y mal alimentados, pero felices. O al menos satisfechos. Una devoción como esta tiene algo de religioso: es volver y volver al templo. Eran las ocho y media y en la calle Balmes las cosas se basculaban a su matutino modo. La gente pasaba de prisa y se quedaba mirando con extrañeza a la gente de los churros, que se habían adueñado de las escalinatas del cine para que les diera el aire de la mañana. Pensarían que volvían de una fiesta. "No he visto a nadie que no se duerma", decía Alexander Sarachaga, cansado como los demás. Contaba que en el interior de la sala algunos se habían cambiado en mitad de la noche para estar más cómodos, o directamente para dormir. Seguro que soñaron con una galaxia lejana.