CRÓNICA
Kiko Veneno, vibrante 'flamencodelia' en Apolo
El músico lució su buen momento con el inquieto repertorio de 'Sombrero roto' en la primera edición del festival 'Rock & Palmas'
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto
No va con Kiko Veneno lo de acomodarse en logros pasados e ir tirando, y ahí está el disco que publicó la pasada primavera, ‘Sombrero roto’, en el que somete su arte de la canción a nuevos enfoques y tratamientos sin dejar de ser él mismo. Estrofas reflexivas con ironía sureña, filosofía cotidiana a golpe de rumba y funk, a su estilo, ahora con más textura electrónica, si bien en directo, este sábado en Apolo, todo ello volvió a cambiar un poco de forma con la entrada en escena de una hermosa banda de ocho músicos.
Veneno culminó la noche de ‘Rock & Palmas’, el ‘primer festival flamencodélico’, que contó con propuestas de otras dos generaciones: la autodenominada ‘kinkidelia’ del grupo sevillano Derby Motoreta’s Burrito Kachimba y el ‘set’ de Dj Panko, el ex-Ojos de Brujo. Artistas cuyos mundos entroncan con la tradición representada por el rock andaluz de los 70 y por el mismo Kiko, que abrió su actuación, a modo de brújula, con el clásico ‘Los delincuentes’ (de su alto debut, el álbum ‘Veneno’, de 1977), canción que desliza la idea de la que parte el nuevo repertorio: “Me quiero asegurar / que mi sombrero está bien roto y así los rayos / pueden entrar en mi cabeza”.
La pista ‘dylaniana’
Así, con la cocorota despejada, dejando que las vibraciones mundanas le insuflaran nuevas motivaciones, nos adentró Kiko en composiciones de estreno a partir de la descarada ‘Titiri titiri’, listo para hacer uso de una “goma pa borrar lo que no importa”. En Kiko hay mucho sur y bastante surrealismo, pero también un poso de Dylan, aspecto reforzado en el campo instrumental por esa copiosa ‘troupe’ a lo ‘Rolling Thunder Revue’ con cuatro guitarras tanto españolas y como eléctricas (una de ellas a cargo del ex-‘delinquente’ Diego Pozo) y el violín de Félix Roquero, presto a la filigrana solista en la suave ‘Ojalá’.
Canciones como ‘La higuera’ y ‘Autorretrato’ mostraron a un Veneno refrescante, sin miedo a hacer equilibrios sobre tramas cibernéticas de un modo que haría feliz a David Byrne, y convivieron a gusto con rescates del pasado lejano (‘Traspaso’, dando paso al trance psicodélico) o no tanto (la rumba caliente de ‘La rama de Barcelona’). Y al final, dos caras de ese finísimo Veneno de madurez: el extrovertido funk de ‘Sombrero roto’ y, en otro extremo, la melancolía de ‘Obvio’, otro momento álgido del disco, este sin inventos, a voz y guitarra, cruzándose con viejos trofeos (‘Joselito’, ‘Volando voy’) y consumando el prodigio de mantener inquieta una carrera tras más cuatro décadas de servicio.
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